viernes, 3 de mayo de 2013

El Oso del Gran Norte


Recuerdo como una vez en Groenlandia tuve la oportunidad de charlar con un viejo cazador inuit… Mientras dábamos buena cuenta de una cerveza en el bar del poblado, el veterano cazador me fue explicando cómo su modo de vida tradicional había cambiado en los últimos veinte o treinta años.



El viejo me explicaba que antes no había supermercados ni apenas dinero con el que comerciar… Todo se basaba en subsistir de aquello que brindaba la madre naturaleza, para los inuit la diosa Cesna.

“Eran tiempos duros y difíciles en los que la gente podía morir de hambre, frío o por el ataque de las fieras”… El inuit me relataba cómo debía de dejar a los suyos durante semanas para ir a la búsqueda del caribú o de la foca. Me contaba como él y sus compañeros de caza, debían permanecer a la deriva durante varios días inmóviles y en silencio, a bordo de una pequeña embarcación cubierta con pieles de oso, para asemejarse a un iceberg y esperar, al acecho, la aproximación de alguna ballena a la que hincarle sus arpones.

Se notaba que aquel viejo cazador había sido un hombre fuerte y valiente, que había conseguido matar su primer oso siendo aún muy joven… “Nanut - me decía – el Oso del Gran Norte fue el que me dio su fuerza y su valentía… Yo era muy joven y tenía mucho miedo antes de enfrentarme a él… Pero una vez que todo hubo acabado pedí perdón a su espíritu y le di las gracias por la carne y la piel que nos acababa de proporcionar… Luego me sentí muy bien”

Recordando las palabras del viejo esquimal pienso en que, tarde o temprano, a lo largo de nuestra existencia, todos tendremos que cazar nuestro oso y que será el cuándo y cómo lo hagamos lo que nos recargará, más o menos, nuestros niveles de fuerza y valentía y, por consiguiente, será determinante para el resto de nuestras vidas.

Después de esto, es posible que ahora entienda mejor el por qué Groenlandia tiene la mayor tasa de suicidios del mundo. En poco más de veinte años los inuit han pasado de arriesgar la vida para poder sobrevivir, a pasar a ser unos subvencionados que no necesitan trabajar para vivir… El choque ha debido de ser brutal, y el tedio y la falta de motivación, han creado una generación de inadaptados que, perdiendo su dignidad, buscan su rumbo en el vodka o el whisky y que, paradójicamente, acaban encontrando su final al igual que muchos de sus antepasados: congelados en la noche, bajo la aurora boreal. 
                                                                                                          Ángel Alonso   

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