Año tras año miles de personas, llegadas
de todos los confines del mundo, se adentran en el reino de las alturas que
constituye la cordillera del Himalaya.
Pese a la dureza del clima, los efectos de
la altitud y tener que desenvolverse en la más absoluta lejanía, a veces en la
más terrible soledad y, en ocasiones, en el ambiente más inmisericorde que
pueda encontrar un ser humano, cada vez son más los que se esfuerzan en
alcanzar las cimas, allá donde habitan los dioses, por el simple hecho de que
están ahí.
Todos los años las montañas se cobran como
tributo las vidas de algunas personas, sumando sus vivencias y recuerdos al
engrandecimiento del Himalaya y, por añadidura, de sus dioses... Porque si hay
algo que impregna esta parte del mundo, en donde las grandes montañas de La Tierra
conforman un paisaje único, es su espiritualidad. Por eso no es de extrañar que
en ese entorno sea fácil creerse que vivan los dioses, pulule el yeti, los
extraterrestres tengan una base secreta o lo que cada uno quiera. En definitiva
un escenario en donde la auténtica aventura puede encontrar su máxima expresión
y en donde muchos humanos deciden practicar el juego de la vida con sus
objetivos materializados en la cima de alguna montaña.
Dicen los hombres sabios del Himalaya que
los dioses admiran a los hombres y mujeres que se internan en sus montañas…
Dicen que admiran su coraje en medio de las tormentas, su capacidad de
recuperación después de las avalanchas, su entrega y su capacidad de lucha…
Pero dicen que, sobre todo, los dioses admiran todas y cada una de las pequeñas
y grandes historias que les acercan y se desarrollan en el Himalaya. Historias
que hablan de grandezas, pero también de miserias… Historias llenas de
felicidad y también de amarguras... Historias llenas de momentos difíciles,
superados por la fuerza inmensa de la amistad… Historias marcadas por la gloria
o por la tragedia... Historias que, en algunos casos, dan paso a la leyenda…
Historias de hombres y mujeres que se saben dueños de su propio destino... En
definitiva historias llenas de vida que transcurren en un escenario sin
árboles, ni plantas, ni animales… Tan sólo hielo, cielo y rocas.
El Himalaya no es un mundo, sino varios,
que se extiende formando un arco de 2.410 kilómetros, que va desde el río Indo,
al norte de Pakistán, hacia el este, a través de Cachemira, al norte de la
India, el sur del Tíbet, Nepal, el estado indio de Sikkim y Bután. El sistema
ocupa 594.400 kilómetros cuadrados de superficie. Entre sus montañas coexisten
fértiles valles, bosques tropicales, áridos altiplanos, zonas de pastos y de
cereales y también parajes de una desolación sobrecogedora.
En las orillas de sus arroyos y ríos,
germinaron infinidad de sociedades nómadas o sedentarias, con gran diversidad
cultural que, poco a poco, fueron abrazando las creencias del budismo, el
hinduismo o el Islam.
Sus catorce alturas principales de más de
ocho mil metros, el séquito de cimas secundarias que también superan esa mítica
altitud, las cuatrocientas quince montañas de más de siete mil metros y el
número, aún sin determinar, de elevaciones que superan los seis mil metros,
gran parte de ellas no sólo vírgenes sino que también carecen de nombre, no
impiden que el Himalaya sea un gigantesco enjambre de comunicaciones que
posibilita el intercambio de productos e ideas.
En definitiva, casi dos mil quinientos kilómetros
de longitud y unos ciento sesenta de anchura, conforman el escenario donde las
leyendas y la literatura sitúan imaginarios reinos perdidos, paraísos por
descubrir y, la tradición, la morada de los dioses en las cimas de sus
montañas. Como figura en un texto sagrado indio: “Ni en cien edades de los
dioses podrían describirse las glorias del Himalaya”.
Año tras año sus montañas seguirán
acumulando grandes gestas hasta el final de los siglos, ya que, mientras el
viento sople y el ser humano permanezca sobre el planeta, siempre existirán hombres
y mujeres que sacien sus ansias de libertad, poniendo a prueba su
supervivencia, intentando alcanzar la frontera donde finaliza La Tierra y
comienza el Universo.
Ángel Alonso
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