Viajar siempre ha sido un
aspecto fundamental en la riqueza del ser humano.
Desde sus orígenes, en la
“noche de los tiempos”, el hombre es nómada por naturaleza… Un instinto
migratorio le impulsa a cubrir largas distancias obligándole a establecer el
contacto con otras gentes y propiciando el conocimiento de otros lugares y
culturas.
En toda su historia, el viajar
ha sido la base de la comunicación y del contacto entre los pueblos y las
personas... Lo que equivale a la base de la cultura y del saber...
Es en condiciones sedentarias,
cuando el hombre se encuentra atrapado y halla desahogo en la violencia, la
avaricia, la competitividad, la búsqueda del prestigio o la manía de lo nuevo.
Quizás esto explicaría el por
qué las sociedades nómadas, como los hombres de las estepas, los esquimales del
ártico, los indios de las praderas, los habitantes de la selva, los moradores
del desierto o los mismísimos gitanos, forman sociedades igualitarias, libres
del sentido de la posesión y refractarias a los cambios... Y quizás esto
también argumente el por qué casi todas o, cuando menos, las principales
religiones de la Humanidad, entre sus enseñanzas proponen y premian el peregrinaje.
Viajar, aunque puede
perjudicar nuestro bolsillo, es bueno para el alma. Por eso, a pesar de que la
coyuntura actual pueda en principio desanimarnos, no debemos permitir que nos
venza y nos haga renunciar a ese importante alimento para el espíritu que, tal
vez, podría acabar convirtiéndose en “el viaje de nuestra vida”...
Ángel Alonso
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