lunes, 27 de mayo de 2013

La Morada de los Dioses

Año tras año miles de personas, llegadas de todos los confines del mundo, se adentran en el reino de las alturas que constituye la cordillera del Himalaya.


Pese a la dureza del clima, los efectos de la altitud y tener que desenvolverse en la más absoluta lejanía, a veces en la más terrible soledad y, en ocasiones, en el ambiente más inmisericorde que pueda encontrar un ser humano, cada vez son más los que se esfuerzan en alcanzar las cimas, allá donde habitan los dioses, por el simple hecho de que están ahí.

Todos los años las montañas se cobran como tributo las vidas de algunas personas, sumando sus vivencias y recuerdos al engrandecimiento del Himalaya y, por añadidura, de sus dioses... Porque si hay algo que impregna esta parte del mundo, en donde las grandes montañas de La Tierra conforman un paisaje único, es su espiritualidad. Por eso no es de extrañar que en ese entorno sea fácil creerse que vivan los dioses, pulule el yeti, los extraterrestres tengan una base secreta o lo que cada uno quiera. En definitiva un escenario en donde la auténtica aventura puede encontrar su máxima expresión y en donde muchos humanos deciden practicar el juego de la vida con sus objetivos materializados en la cima de alguna montaña.

Dicen los hombres sabios del Himalaya que los dioses admiran a los hombres y mujeres que se internan en sus montañas… Dicen que admiran su coraje en medio de las tormentas, su capacidad de recuperación después de las avalanchas, su entrega y su capacidad de lucha… Pero dicen que, sobre todo, los dioses admiran todas y cada una de las pequeñas y grandes historias que les acercan y se desarrollan en el Himalaya. Historias que hablan de grandezas, pero también de miserias… Historias llenas de felicidad y también de amarguras... Historias llenas de momentos difíciles, superados por la fuerza inmensa de la amistad… Historias marcadas por la gloria o por la tragedia... Historias que, en algunos casos, dan paso a la leyenda… Historias de hombres y mujeres que se saben dueños de su propio destino... En definitiva historias llenas de vida que transcurren en un escenario sin árboles, ni plantas, ni animales… Tan sólo hielo, cielo y rocas.     

El Himalaya no es un mundo, sino varios, que se extiende formando un arco de 2.410 kilómetros, que va desde el río Indo, al norte de Pakistán, hacia el este, a través de Cachemira, al norte de la India, el sur del Tíbet, Nepal, el estado indio de Sikkim y Bután. El sistema ocupa 594.400 kilómetros cuadrados de superficie. Entre sus montañas coexisten fértiles valles, bosques tropicales, áridos altiplanos, zonas de pastos y de cereales y también parajes de una desolación sobrecogedora.

En las orillas de sus arroyos y ríos, germinaron infinidad de sociedades nómadas o sedentarias, con gran diversidad cultural que, poco a poco, fueron abrazando las creencias del budismo, el hinduismo o el Islam.

Sus catorce alturas principales de más de ocho mil metros, el séquito de cimas secundarias que también superan esa mítica altitud, las cuatrocientas quince montañas de más de siete mil metros y el número, aún sin determinar, de elevaciones que superan los seis mil metros, gran parte de ellas no sólo vírgenes sino que también carecen de nombre, no impiden que el Himalaya sea un gigantesco enjambre de comunicaciones que posibilita el intercambio de productos e ideas.

En definitiva, casi dos mil quinientos kilómetros de longitud y unos ciento sesenta de anchura, conforman el escenario donde las leyendas y la literatura sitúan imaginarios reinos perdidos, paraísos por descubrir y, la tradición, la morada de los dioses en las cimas de sus montañas. Como figura en un texto sagrado indio: “Ni en cien edades de los dioses podrían describirse las glorias del Himalaya”.

Año tras año sus montañas seguirán acumulando grandes gestas hasta el final de los siglos, ya que, mientras el viento sople y el ser humano permanezca sobre el planeta, siempre existirán hombres y mujeres que sacien sus ansias de libertad, poniendo a prueba su supervivencia, intentando alcanzar la frontera donde finaliza La Tierra y comienza el Universo.
                                                                                                        Ángel Alonso

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