Proclamado en 1993 por la Asamblea
General de las Naciones Unidas, cada 3 de mayo se celebran los principios
fundamentales de la libertad de prensa y, aprovechando la efeméride, cada año
se ofrece la oportunidad para evaluar su grado de aplicación a nivel mundial.
Además, en este día, también se defiende a los medios de comunicación de los
ataques contra su independencia y se rinde homenaje a los periodistas que han
muerto en el ejercicio de su profesión. El tema global elegido para este 2018 es: "Los frenos y contrapesos
al poder: medios de comunicación, justicia y estado de derecho".
En este día los ciudadanos tienen la
ocasión de concienciarse sobre la necesidad de preservar la libertad de prensa
y que, en gran parte del mundo, todavía existe la censura, y los editores,
publicadores y periodistas son acosados, atacados, detenidos e incluso
asesinados por ejercer su profesión. En definitiva, se trata de una jornada propicia
para recordar a los Gobiernos la necesidad y obligación, de respetar la labor
periodística y que ésta se desarrolle en completa libertad.
Además de ser una fecha para recordar a
los periodistas que perdieron la vida en la realización de su labor, el Día de
la Libertad de Prensa es el momento adecuado para que los trabajadores de los
medios de comunicación reflexionen sobre el concepto periodístico de ética
profesional. Porque la libertad de prensa y la ética profesional son dos
percepciones que deben ir estrechamente ligadas, no debiendo de subsistir la
una sin la otra.
Por muy avanzado que sea un país y
amplio sea su sistema de libertades, sería de ingenuos creer que pudiera
existir una total libertad de prensa. Siempre habrá circunstancias y factores (internos
o externos) que condicionarán o, en alguna manera, limitarán la libertad de
prensa. Es evidente que la libertad de prensa es consecuencia de la libertad de
expresión, pero ambas libertades deben de estar limitadas por una ética
profesional que evite la manipulación y desinformación de los ciudadanos.
Precisamente y con motivo del conflicto
catalán y, quizás, agravado por la actual situación política, claramente en
España estamos viviendo una situación anómala en lo que se refiere a la
libertad de prensa y la ética profesional. La proliferación de noticias falsas
y la dificultad, en algunas ocasiones, para que los periodistas puedan
desarrollar su labor en libertad y con independencia, están marcando unos
tiempos que, en ocasiones y sobre todo en lo que se desprende del ambiente
independentista catalán, y también de algunas formaciones políticas, podrían
recordar a pasados movimientos totalitarios, de muy triste memoria.
A falta de argumentos, los radicalismos
siempre acaban atajando por el camino de la imposición y una de sus primeras
víctimas es la libertad de prensa y la libertad de expresión, habiendo matado
previamente la ética profesional de quienes tienen la responsabilidad de informar
de la verdad, con objetividad. El objetivo es destruir los cimientos y la
cohesión sobre los que se construye la sociedad, comprometiendo su sistema de
derechos y libertades, para, de forma ilegítima, acabar decidiendo sobre
personas y territorios. De todos es sabido que, en épocas de dificultad, se
necesita la visión profesional de los informadores para distinguir la verdad de
la mentira y que una democracia es más fuerte cuantas menos dificultades se
ponga a la libertad de prensa, y a la ética y objetiva labor de los
periodistas.
En lo que se refiere a la ética
profesional, creo firmemente que los periodistas, en el ejercicio de su
profesión, deben de contribuir a la convivencia y nunca a la radicalización.
Ninguna información debería de justificar el desencadenamiento del morbo, el
espectáculo y el ensañamiento. Y el principio de inocencia y el derecho a la
intimidad e imagen deberían de guiar la actitud del profesional de los medios
de comunicación en toda actividad periodística.
Pero no quisiera terminar esta humilde
reflexión sin llamar la atención sobre ese pequeño gran colectivo de
periodistas que, literalmente, se juegan la vida para informar desde las zonas
de conflicto, relatando y analizando el devenir de los acontecimientos, y
denunciando los abusos y atrocidades que los diferentes actores pudieran
cometer. El pasado año se contabilizó la muerte de ochenta y dos periodistas o
miembros de equipos informativos y, para este 2018, ya habría que añadir a la
nómina de decesos los nueve profesionales que, hace tan solo unos días, fueron
víctimas de un atentado terrorista en Kabul.
Ser corresponsal de guerra es una
dedicación vocacional y, en ocasiones, no hay salario que compense el riesgo de
informar sobre el terreno sobre las acciones de los talibanes o de los
terroristas del autodenominado Estado Islámico. Gracias al sacrificio de
quienes, en el desarrollo de su actividad profesional en zona de combate, se
exponen a recibir una bala o reventar por un artefacto explosivo, el resto de los
miembros de la sociedad global también podemos estar informados de lo que
ocurre en las zonas de conflicto.
En definitiva, ya sea como
corresponsales de guerra, crítico gastronómico, analista político, especialista
en relaciones internacionales, periodista deportivo, experto en viajes, etc.,
la labor independiente y honesta de los profesionales de la información,
constituye la mejor garantía para el mantenimiento de la buena salud de la
sociedad y de la democracia… Por eso, tan poco está de más recordar que para
mantener la libertad, independencia y credibilidad, es necesario reducir el
intrusismo y la precariedad en la profesión con contratos y sueldos dignos. No
resulta descabellado aventurar que solo desde la tranquilidad profesional y
económica, es más fácil ejercer la actividad con los valores que deben de adornar
y han hecho grande, la profesión periodística… Feliz Día y gracias por
seguirme…
Ángel Alonso
En agradecimiento a aquellos que hicieron posible el ejercicio de mi
actividad periodística en zonas de conflicto.
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