A veces resulta difícil
mantener el ánimo y el pesimismo hace su aparición en escena... Nuestros
corazones se inundan de una espesa tristeza que, si no la combatimos a tiempo,
comienza a apoderarse de nosotros envolviéndonos con su melancólico manto,
fuerte, como si estuviese tejido con hilos de acero.
Seguramente argumentos no nos
faltan. Basta con ver el telediario, hojear los periódicos, escuchar las penas
de nuestros vecinos y, lo más duro, conducir nuestra propia existencia y la de
los nuestros a través del gran territorio inexplorado que es la vida.
A todos nos asusta lo
desconocido: el no saber que nos va ocurrir... ¿Se nos arreglará o no una mala
situación?... ¿Mantendremos o recuperaremos nuestra salud?... ¿Seguirá queriéndonos
nuestra pareja o por el contrario nos abandonará?... Al final, ¿habremos
conseguido lo que nos propusimos de pequeños?... ¿Habremos estado a la altura
en nuestra vida personal, familiar y profesional?... ¿Habrá valido la pena?...
Estamos ante las preguntas más
comunes de la expedición más dura que existe: la aventura de la vida... Un
viaje sin retorno en el que todos nos hayamos embarcados, unos con mejor
fortuna que otros, pero todos con el mismo destino.
Como en toda expedición que se
precie, lo más importante es el camino que tenemos que recorrer y, sabedores de
que ese camino tendrá un final, tenemos la obligación de aprovechar nuestro
tiempo viviendo intensamente lo que nosotros mismos, el azar o el destino nos
vayan deparando en cada momento. Podremos caer una y mil veces, pero siempre
será al levantarnos, con el consiguiente esfuerzo, cuando encontremos las
mayores satisfacciones.
En toda aventura que se precie
hay siempre muchas cosas por hacer, por eso en la aventura de las aventuras, “la
expedición vida misma”, no merece la pena perder el tiempo con tristezas y
melancolías... ¡Estamos de expedición, pongámonos en marcha!... Ángel Alonso
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