jueves, 15 de febrero de 2024

El honor de la tribu

Dicen los que saben de esto que, justo antes de entrar en combate, a los soldados les invade una especie de examen de conciencia que los lleva a revisar si todo lo que les concierne “está controlado”, por mucha adversidad que les envuelva.

Tiempo ha habido para el adiestramiento, el entrenamiento físico y psicológico, la puesta a punto de equipos y armamento, el diseño de tácticas y actualización de protocolos de actuación… Todo ello se convierte en bagaje imprescindible del que espera en su puesto a que el enemigo advierta de su proximidad, en cualquier momento.

Ya de nada sirve lamentarse por no haber dedicado más tiempo a mejorar la puntería, por no haberse curado en condiciones esa lesión que dificulta la agilidad del movimiento o por no haberse podido instruir un poco más, para combatir al enemigo en mejores condiciones… Lo que hay, es lo que hay.

Se agradece la valiosa información de la que se disponga y se ha procurado aprovechar al máximo la ventaja de conocer, aunque hubiese sido con un mínimo de antelación, las intenciones y opciones del enemigo en un posible ataque… Como el trabajo de campo ya está hecho con anterioridad y las líneas de actuación lo suficientemente explicadas y practicadas, el tiempo de reacción para que cada soldado esté ocupando su puesto con el equipo necesario y las mejores garantías posibles, es mínimo.

Por riguroso orden de prioridad, desde los de primera línea, hasta los de retaguardia y el núcleo de reserva, están municionados, poco comidos (no es muy recomendable tener el estómago lleno), hidratados y con la tensión que corresponde a cada escalón de combate. Como soldados, todos son conscientes del riesgo de muerte y, “por si acaso”, creyentes, poco creyentes y nada creyentes, han recibido la absolución colectiva y la bendición del páter militar… Otra cosa más: el alma en orden…

Se va acercando el momento de la verdad y, una vez más, se repasan equipos, consignas e instrucciones. Se refuerzan los lazos de amistad y compañerismo. Se desean lo mejor los unos a los otros. Se lanzan las últimas proclamas, mensajes de ánimo y arengas, seguramente aderezadas con alguna nota de humor… y, a continuación, el silencio más absoluto.

Son soldados y son valientes por definición. Toda su vida se han estado preparando para llegar a ese momento supremo y están donde deben de estar… Es su deber y sabedores del riesgo que corren… Si en ese momento se les pudiese preguntar, nadie desearía estar en otro lugar… Pero justo antes de iniciarse el combate, los pensamientos que hasta ese instante han ocupado sus mentes quedan desplazados por un íntimo temor universal que invade a todos los buenos soldados del mundo: el miedo a fallar…

¿Fallar?... Sí. Miedo a fallar a sus compañeros, a sus jefes y subordinados. Miedo a fallar a su país, a su pueblo, a sus amigos, a su familia… En definitiva, miedo a defraudar a los que confían en ellos y, con ese sentimiento de responsabilidad, apoyados en la instrucción y con el subidón de adrenalina, lucharán hasta la victoria o hasta que no quede nadie que pueda seguir combatiendo.

Se trata del consciente sacrificio de unos pocos para salvar al colectivo. Una práctica ancestral que hunde sus raíces en el sentimiento de pertenencia a la tribu… Algo que nació con las primeras sociedades y que estableció los vínculos imprescindibles para el desarrollo de las civilizaciones a través de los tiempos.

Como no podía ser de otra manera, nuestro programa de hoy está dedicado a la memoria de los agentes de la Guardia Civil, David Pérez Carracedo y Miguel Ángel González Gómez… y también a todos aquellos españoles que a lo largo de la historia, con generosidad hacia los demás y en las ocasiones difíciles, han salvaguardado el futuro y el honor de la tribu.

Ángel Alonso

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