Durante la celebración de un congreso que tuvo lugar en Viena, en 1929, la Organización Mundial de Protección Animal proclamó el 4 de octubre como Día Mundial de los Animales. Más tarde, en 1980, el papa Juan Pablo II designó a San Francisco de Asís como el santo patrón tanto de los animales como de los ecologistas. A partir de ese instante, la celebración ha ido ganando relevancia a escala global y, hoy en día, aunque hay países que tienen fechas específicas, es una fecha, marcada en el calendario, que se conmemora en gran parte del mundo.
Celebrar el Día Mundial de los Animales supone una relevante oportunidad para concienciar acerca de sus derechos, la importancia de su bienestar y promover prácticas éticas y responsables en relación con ellos. Pero en el actual contexto de cambio climático y de pérdida de biodiversidad en el que estamos, el Día Mundial de los Animales adquiere un nuevo significado.
Ya no sólo se trata de concienciar sobre la ética del bienestar animal, ahora ya también hay que mirar a la interconexión entre las distintas especies y la preservación de sus ecosistemas. Según la definición oficial, una especie en peligro de extinción es aquella cuya población total corre el riesgo de desaparecer y, según el último recuento de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, actualmente habría 5.200 especies animales en peligro de extinción.
Evidentemente la cifra asusta y es un aldabonazo para despertar nuestras conciencias, más si profundizamos en el dato y descubrimos que, entre esas especies, hay algunas tan emblemáticas como el gorila de montaña, el oso polar, el tigre de Sumatra, el orangután de Borneo, el rinoceronte blanco, el leopardo de las nieves o el mismísimo oso panda…
Ésta es la lista a nivel global pero, si nos atrevemos a mirarnos a nosotros mismos, en España y en la Península Ibérica en general, el censo animal en peligro de extinción supera las mil especies, lo cual es un dato escalofriante que debería de remover conciencias y movilizar a la Administración a aprobar leyes y normativas eficaces que garanticen de verdad nuestra biodiversidad, destinando también los recursos suficientes para llevarlas a cabo, y no limitarse a legislar tan sólo de cara a la galería, con medidas ineficaces que parecen haberse redactado, de espaldas a la realidad, sin conocimientos suficientes y sin dejarse asesorar por auténticos expertos de los de verdad, de esos con vocación, formación y conocimiento, que pasan gran parte de su tiempo, en contacto con la naturaleza y estudiando sus cambios y evolución.
Si entramos al detalle en nuestra particular lista ibérica de la vergüenza, es muy posible que nos sorprenda que tan sólo haya 1.365 linces, que queden 350 ejemplares de oso pardo, que apenas sobrevivan 100 parejas de quebrantahuesos o que de la bellísima cigüeña negra se hayan contabilizado, tan sólo unas 400 parejas… Mientras, especies invasoras se apropian de ecosistemas y consumen recursos, al tiempo que, otras especies se han convertido en plaga, sin que se aporten soluciones, amparándose en argumentos, a veces, sin nivel y, a menudo, infantiles, que parecen salidos de alguna producción de Walt Disney.La explotación insostenible de los recursos y el desamparo de la fauna salvaje tienen un impacto directo en el equilibrio del ecosistema global. La celebración de efemérides como la del Día Mundial de los Animales debería de servir para concienciar, responsabilizar y dinamizar la aplicación de iniciativas que frenen la pérdida de la actual biodiversidad y, si es posible, ayuden a revertir la tendencia antes de que sea demasiado tarde… Nos va en ello la vida…
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