jueves, 4 de mayo de 2023

El Collar de Isabel La Católica

Gustavo Petro, presidente de Colombia, ha visitado esta semana España donde, además de ser recibido por las principales autoridades, encabezadas por el Jefe del Estado, Su Majestad, Felipe VI, ha sido dignificado con los correspondientes honores, entre ellos la concesión del Collar de la Orden de Isabel La Católica, el grado más alto de una condecoración instituida en 1815 que, según el último reglamento aprobado por real decreto en 1998, su función es «premiar aquellos comportamientos extraordinarios de carácter civil, realizados por españoles y extranjeros, que redunden en beneficio de la Nación o que contribuyan, de modo relevante, a favorecer las relaciones de amistad y cooperación de la Nación Española con el resto de la Comunidad Internacional».

Si nos atenemos a la función de la condecoración, no deja de sorprender la concesión de dicha distinción, en su grado más alto, a un tipo que dos días antes, con su tono populista habitual, recordaba lo importante que fue para su país sacudirse “el yugo español de la corona”. Y llegados a este punto también sorprende que el autor de tan duras palabras no tuviese ningún remilgo en recibir tan alta distinción de manos del gran maestre de la orden que, da la casualidad, es el rey de España.

Han pasado doscientos años desde la independencia de los que fueran territorios españoles en Sudamérica y no colonias, y todavía se sigue recurriendo al malintencionado espantajo del Imperio Español, cuando se quiere ocultar la mala gestión, los privilegios de unos pocos y la miseria moral de quienes, lejos de aportar soluciones y arreglar la vida de sus ciudadanos, se dedican, con ahínco y tesón, a solucionar su propia vida y la de los suyos.

Por eso, a este tipo de dirigentes, siempre les viene bien utilizar de vez en cuando el comodín del victimismo indígena, amparándose en la impunidad que proporciona la ignorancia y la falta de expectativas de aquellos a quienes dirigen sus peroratas, tergiversando lo que haga falta y ocultando una realidad que les desnudaría y les dejaría en lo que de verdad son.

Si únicamente nos atuviéramos a su manido y nauseabundo relato, basta con leer un poco y no solo necesariamente a lo escrito por españoles, sino también a autores extranjeros guiados por la objetividad, para saber que los supuestos oprimidos, es decir, los indígenas y los negros, no eran demasiados entusiastas de su emancipación de España. Antes, al contrario, era mucho mayor el número de ellos que, voluntariamente, se integraban en las fuerzas realistas y no en las milicias independentistas.

Por aquel entonces esos supuestos marginados no vivían ni mejor ni peor, vivían exactamente igual y tenían los mismos derechos que, por aquellos tiempos, un señor de Soria, Lugo o Albacete… y digamos que eran reacios al gran engaño, travestido de “paraíso de libertad”, que les vendían los que en realidad eran un grupo de oligarcas traidores, descendientes de españoles, que apoyados por las potencias enemigas de España, lo único que buscaban era su propio beneficio, apropiándose de territorios y del poder, y garantizándose una ingente mano de obra barata y servil, resignada a su triste destino.

Aquellos supuestos libertadores, bien apoyados desde el exterior, utilizaron toda clase de indignidades y demostraron su crueldad masacrando y exterminando a quienes se opusieron a sus propósitos… Por eso llama tanto la atención que un descendiente de aquellos infames y con el dudoso mérito curricular de un pasado relacionado con el terrorismo y el narcotráfico, hable mal de España y encima se le premie con el Collar de la Orden de Isabel La Católica…

Tampoco es de recibo, ni tiene un pase, el que toda una formación política, supuestamente constitucional, abandone el Congreso y deje plantado con su discurso, aunque carezca de interés, a un invitado del Rey de España.

Ojalá llegue el día en el que, como nación, consigamos liberarnos de nuestros complejos…

Ángel Alonso  

 

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