Como diría un castizo: “no me gusta la
orina de la enferma…” o, como decimos en Canarias: “no me gusta el caminar de
la perrita…” Se acerca el invierno, como dirían en Juego de Tronos, y nos
abocamos a él, no precisamente en las mejores condiciones.
Términos como crisis, inflación, deflación, estancamiento, recesión, desinversión, subida de tipos… resuenan en nuestras cabezas y auguran un final de año más que complicado y una primavera de subsistencia con altísimas cuotas de paro. Lo peor es que, además de no tener nada claro en donde estamos, no sabemos absolutamente nada de a donde vamos y qué medidas se van a tomar.
En contra de lo que quieran hacernos creer, para saberlo no hay que ser adivino, ni encomendarse a un sorprendente final de la tan manida, a la hora de echar la culpa de todo, “guerra de Putin”. Tan solo hace falta ser mejores gestores de lo que nuestros gobernantes han demostrado hasta el momento y, algo fundamental de lo que carecen, firme voluntad de favorecer el bien común de la ciudadanía y no, únicamente, el suyo propio.
A estas alturas hay que ser muy ingenuos para creer que, el peor equipo gobernante de la democracia y posiblemente de la historia de España, va a ser capaz de solucionar algo y de mejorar la vida de los españoles. Más bien, al contrario, nos acercamos irremediablemente al abismo de la tormenta perfecta alimentada por la mala gestión, el radicalismo, la división entre españoles, la priorización absoluta de los intereses personales de una sola persona frente al resto de la ciudadanía, la falta de transparencia y la más que inquietante deriva que hace temer por la integridad territorial y por la continuidad del sistema democrático nacido de la Transición.
Vivimos aborregados y quizás demasiado acostumbrados a la mentira permanente y a que un escándalo, tape otro escándalo. Día tras día nos fríen a impuestos, mientras nuestra capacidad económica disminuye al mismo ritmo que aumenta la recaudación de quienes tan solo están preocupados por “regar económicamente”, a aquellos colectivos de potenciales votantes, susceptibles de ser retenidos o atraídos a la causa, en un año electoral que se anuncia decisivo para el futuro de España.
¿Y ante todo esto qué nos queda? Pues ante todo ser realistas y lo más conscientes posible de lo que nos jugamos en los próximos meses. Tampoco estaría nada mal que fuésemos abandonando el adormecimiento en el que estamos y, poco a poco, comencemos a desintoxicarnos del empacho de propaganda y de mentiras que sufrimos, exigiendo algo de gestión… Algo que, no seamos ilusos, tal vez sea como “pedir peras al olmo”.
El
hartazgo es una sensación estéril, si no lleva implícita la firme voluntad de
cambiar la situación. Pero es muy injusto y quizás insuficiente, si la mayor
parte del esfuerzo acaba recayendo únicamente en la ciudadanía, y no en una
alternativa competente y valiente, que consiga ilusionar y enviar al rincón de
la historia los experimentos y las ambiciones personales de quienes ya han
demostrado sobradamente su incapacidad y su tozuda tendencia al fracaso.
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