jueves, 20 de octubre de 2022

Esperanza

A estas alturas ya a nadie se le escapa que la cosa está muy mal. De una u otra manera todos vamos tomando conciencia que, la que se viene encima va a necesitar de mucho esfuerzo y sacrificio para poder salir adelante.

Pero llegados a este punto, corremos el riesgo de que la cosa aún se agrave más, porque si hay algo peor que estar en crisis, es estar en crisis dentro de una crisis… Cuando todo el mundo está en crisis, si no relativizamos un poco, la situación puede volverse insoportable.

Dicen las gentes del Kilimanjaro que, cuando la montaña, como la vida, se vuelve difícil, lo mejor es ir “pole, pole”, que en suajili viene a significar algo así como “poco a poco”, cada uno a su ritmo y, eso sí, siempre hacia la cima…

El Kilimanjaro, como cualquier otra montaña que requiera cierto esfuerzo, o como la vida misma, es capaz de sacar lo mejor y lo peor de nosotros mismos… Y en sus laderas nos podemos hacer grandes o pequeños… En el caso de la montaña más alta de África, dicen los nativos de la región “que aquellos que consiguen llegar a la cima pueden ver su alma reflejada en los hielos perpetuos de sus glaciares…” La metáfora de la montaña vale como esbozo gráfico, aunque la vida suele mucho más complicada. 

La crisis, la maldita crisis… Instalada entre nosotros y con ánimos de perpetuarse, nos pone a prueba cada día y, si queremos seguir adelante, deberemos aportar lo mejor y en cantidades generosas, para evitar que acabe con nosotros…

Volviendo a las metáforas, una de las veces en las que me vi en una situación complicada alguien me dijo: “No temas, el Sol aún no se ha puesto por última vez…” Recuerdo esta frase como si estuviera viviendo el momento ahora mismo.

Muchas veces he pensado en aquellas palabras que me cargaron de energía y que me ayudaron a salir de una situación muy peligrosa. Recuerdo que, al oírlas, mi espíritu se tranquilizó y perdí el miedo que, en ese momento, iba haciendo mella en mi estado de ánimo.

Siguiendo con la metáfora, quizás aquella frase tan corta, cambiase mi destino y marcase la diferencia entre la vida y la muerte. También es seguro que aquel pequeño mensaje fuese una de las lecciones más determinantes que he aprendido en mi vida… Puede que el momento fuese único e irrepetible y que estuviese escrito que tuviese que vivirlo con la intensidad de quien empieza a estar convencido de que el final está muy cerca.

Cuando peor me encontraba, aquellas palabras estimularon mi alma y me devolvieron algo imprescindible para continuar por el intrincado sendero de la vida. Fue como si una prodigiosa medicina recorriese todo mi cuerpo sacándolo del agotamiento extremo y del frío insoportable.

Recuerdo aquel mensaje como algo maravilloso porque, en aquel justo momento, me devolvió algo que estaba perdiendo a borbotones y que, a veces, resulta indispensable para seguir viviendo. Hablamos de la Esperanza.

Dice la sabiduría popular que “no hay mal que cien años dure”, a lo que podríamos añadir, “ni cuerpo que lo resista…” Y ahí está la clave, en resistir y “pole, pole”, continuar subiendo la montaña que, a cada uno, nos haya tocado… Como ya sabemos, la recompensa merece la pena: “ver nuestra alma reflejada en los hielos perpetuos de los glaciares de su cima…”

La vida misma…                                                                                                                                                                                                        Ángel Alonso

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