El pasado martes, durante su participación en el seminario «Los Estados ante la gestión de crisis: ¿Tienen los Estados del siglo XX herramientas eficaces para dar respuesta a las grandes crisis de este siglo XXI?» que se enmarca en la Cátedra Monarquía Parlamentaria de la Universidad de Burgos (UBU), la abogada, consejera de Estado y exvicepresidenta del Gobierno de España, Soraya Sáenz de Santamaría, lanzó el deseo de que «ojalá llegue un momento en que la política vuelva a ser vista como algo honorable», porque es «sin duda, necesario».
Llegados a este punto, aquí también podría entrar aquel conocido chiste de Jaimito que, al ser preguntado por su profesora por la profesión de su padre, prefiere decir que es proxeneta o narcotraficante antes que confesar que se dedica a la política…
Sin duda vivimos tiempos convulsos y de incertidumbre, en los que el nivel de nuestros políticos deja bastante que desear. No solo no están a la altura, sino que la política parece haber perdido su vocación de servicio y da la sensación de que el objetivo es ocupar las instituciones como forma de vida y como mecanismo para perpetuarse en el poder.
Como también dijera el expresidente José María Aznar hace un par de semanas, en plena campaña electoral de Castilla y León, «no se trata de alcanzar el poder, sino para qué». Antes la motivación vocacional del aspirante a político era la de cambiar las cosas, mejorar la vida de la gente, garantizar los derechos y libertades de los ciudadanos… Ahora parece que el estímulo es satisfacer las aspiraciones personales, garantizarse un buen sueldo, favorecer a los suyos…
Los populismos y radicalismos, instalados actualmente en la política, parecen haber espantado el talento y la capacidad, mientras han atraído a la mediocridad y la incompetencia. La desafección que provoca la política en estos tiempos aleja la preparación y la experiencia, dejando el campo libre a gente con insuficiente formación, ninguna práctica en gestión y un peculiar conocimiento de la sociedad, cuando menos, muy alejado de la realidad.
Mientras tanto, en medio de una insoportable incertidumbre, la mayoría de los ciudadanos padecemos los rigores de una creciente presión fiscal, una inflación galopante, una inquietante degradación institucional, una bochornosa irrelevancia internacional y un futuro post pandémico cuya realidad nos coloca a la cola de la Unión Europea y muy alejados de la posibilidad de una rápida recuperación.
Pero no todo está perdido… Puede que la actual crisis del principal partido de la oposición constituya en sí misma una oportunidad de catarsis y un punto de inflexión para una nueva regeneración que depure lo que ya se ha visto que es nocivo y no funciona, y, de nuevo, sea capaz de atraer a la política talento, liderazgo y una buena gestión…
Por el bien de todos, esperemos que así sea. Ángel Alonso
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