Cuando alguien se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás, y no deja que lo humillen ni degraden, se dice que tiene dignidad.
Como consecuencia, una persona digna recoge el respeto y el reconocimiento de los demás, y, a lo largo de una trayectoria coherente e intachable, acaba reforzando la autoridad y ejerciendo su influencia.
Es notorio que cualquier gobernante sensato, por responsabilidad, por la importancia de su cargo y por respeto a sus gobernados, procura impregnarse de la mayor dignidad posible. Un gobernante digno siempre genera más confianza que otro que no lo sea, y ello se traduce en mayor estabilidad, más inversiones, que aumente la prosperidad general, menor desigualdad y más oportunidades para todos.
Evidentemente no hay academias, ni escuelas, ni nadie reparte los diplomas de dignidad. La dignidad se aprende y se cultiva en el seno de las familias, los amigos y, principalmente, en nuestros primeros años de educación docente donde nuestras mentes están aún liberadas de prejuicios y estamos ávidos de llenar de valores nuestro bagaje espiritual… Labor delicada y fundamental para nuestro desarrollo como personas.
Al final no hay exámenes ni notas. La dignidad se tiene o no se tiene y su valoración continua la marca la manera de afrontar las vicisitudes y las pruebas que jalonan el camino que es la vida. A menudo, durante ese camino, habrá que confrontar los intereses personales con los intereses generales. A veces se podrán compaginar y se avanzará con mayor facilidad; pero habrá situaciones en las que ambos intereses serán totalmente incompatibles y es en esas circunstancias donde la dignidad adquiere una relevancia capital.
Resulta obvio que una persona digna, bien en tareas de gobierno o cualquier cargo de responsabilidad, siempre elegirá la opción del bien común, en lugar del bien personal… Con lo cual y por el bien del colectivo, lo suyo sería que los gobernantes y cargos de responsabilidad siempre sean personas de acreditada dignidad.
Con este simple razonamiento y a la hora
de elegir a nuestros gobernantes, deberíamos de ser capaces de separar el grano
de la paja y, de entre el grano, seleccionar al que nos parezca más capaz, eso
sí, siempre que sea una persona digna… Sin dignidad es imposible ser un buen
gobernante.
Ángel Alonso
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