Me gusta la cerveza. No es ningún
secreto y todos los que me conocen lo saben. Pero no solo me gusta bebérmela,
también me interesa todo lo que se habla o escribe sobre ella.
Por eso me llamaron la atención
los estudios llevados a cabo por el biólogo e historiador alemán Josef H.
Reichholf, de la Universidad Técnica de Múnich, hace ya algunos años. En ellos
asegura que el hombre no abandonó la vida nómada para cultivar el campo, sino
que las razones obedecieron a una razón mucho más elevada como la de fabricar
cerveza, lógicamente, para bebérsela.
Según Reichholf el cultivo de
cereales y con él el inicio de la agricultura, no obedeció a la necesidad de
procurar alimento, sino que aprendió su cultivo y rentabilidad recolectora con
el propósito de fermentarlos para obtener una riquísima cerveza. Parece ser que
los primeros asentamientos humanos se dieron en Oriente Medio en una época en
la que la caza era abundante y la agricultura no era necesaria como medio de subsistencia.
El hombre del Neolítico era eminentemente cazador y trabajar los duros campos
no entraba en absoluto en sus planes como medio para conseguirse el sustento
diario.
Gracias al descubrimiento de la
cerveza y a su, cada vez, mayor demanda nació la agricultura y, con ella, el
hombre se hizo sedentario y nacieron los poblados, y luego las ciudades,
después las civilizaciones, y más tarde las naciones… La cerveza facilitó las
relaciones sociales y sus efectos de embriaguez quizás fueran tenidos, al menos
al principio, como mágicos.
No dejo de pensar lo agradable
que resultaría para aquellos antepasados, el tomarse unos buenos tragos de
cerveza, en compañía de los colegas, tras un duro día de cacería… Suena muy
bien, pero no por eso dejo de pensar que por culpa de la cerveza hoy estamos de
hipotecas hasta el cuello y no levantamos cabeza por culpa de la dichosa
crisis. Parece mentira que una mala resaca pueda llegar a durar tanto.
Ángel Alonso
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