lunes, 7 de abril de 2014

La necesidad del aventurero

De todos los móviles que incitan a viajar, el más admirable es el que nace del recuerdo de las aventuras sólo soñadas.



Desde nuestra más tierna infancia sitios y lugares como la Isla de La Tortuga, el Polo Norte, Bombay o el Cabo de Hornos, han quedado grabados en nuestra memoria y reclaman nuestra presencia cada vez que se descubren en un mapa.

Las Minas del Rey Salomón nos presenta un continente africano excitante y misterioso. Si queremos, también podemos asistir a cómo un hombre sin recursos, llamado Robinson Crusoe, reinventa la civilización con coraje e inteligencia en los Mares del Sur. O, tal vez, lo que el cuerpo nos pide es un apasionante trayecto de Veinte mil leguas de viaje submarino...

Libros y autores de todos los tiempos han recogido las peripecias de personajes insólitos y la emoción de mundos fantásticos y extraordinarias historias que esperan en los estantes a que intrépidos aventureros las compartan.

En el mundo de la aventura, como en la historia de la humanidad, las grandes y pequeñas gestas han adquirido su verdadero valor y demostrado su trascendencia, durante el transcurso de los años, después de haber sido plasmadas mediante la escritura.

El verdadero aventurero, el explorador, el inquieto ciudadano del mundo, tiene la necesidad de contar y relatar para los demás, sus conocimientos, experiencias o, incluso, anécdotas… No es vanidad, tan sólo es algo innato que nos identifica como seres sociales y que ha formado nuestra memoria colectiva desde el origen de los tiempos.   
                                                                                                           Ángel Alonso

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