De todos los móviles que incitan
a viajar, el más admirable es el que nace del recuerdo de las aventuras sólo
soñadas.
Desde nuestra más tierna infancia
sitios y lugares como la Isla de La Tortuga, el Polo Norte, Bombay o el Cabo de
Hornos, han quedado grabados en nuestra memoria y reclaman nuestra presencia
cada vez que se descubren en un mapa.
Las Minas del Rey Salomón nos presenta un continente africano
excitante y misterioso. Si queremos, también podemos asistir a cómo un hombre
sin recursos, llamado Robinson Crusoe,
reinventa la civilización con coraje e inteligencia en los Mares del Sur. O,
tal vez, lo que el cuerpo nos pide es un apasionante trayecto de Veinte mil leguas de viaje submarino...
Libros y autores de todos los
tiempos han recogido las peripecias de personajes insólitos y la emoción de
mundos fantásticos y extraordinarias historias que esperan en los estantes a
que intrépidos aventureros las compartan.
En el mundo de la aventura, como
en la historia de la humanidad, las grandes y pequeñas gestas han adquirido su
verdadero valor y demostrado su trascendencia, durante el transcurso de los
años, después de haber sido plasmadas mediante la escritura.
El verdadero aventurero, el
explorador, el inquieto ciudadano del mundo, tiene la necesidad de contar y
relatar para los demás, sus conocimientos, experiencias o, incluso, anécdotas…
No es vanidad, tan sólo es algo innato que nos identifica como seres sociales y
que ha formado nuestra memoria colectiva desde el origen de los tiempos.
Ángel Alonso
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