Por muy mal que se nos dé, no
existe mejor viaje que el que realizamos nosotros mismos y quizás, por la misma
razón, el peor viaje de nuestra vida sea aquel que nunca realizamos.
En estos últimos días he tenido
la oportunidad de repasar mis antiguas notas sobre un anterior viaje al Tíbet y
en ellas redescubrí una pequeña localidad perdida en el mapa, pero que fue
capaz de despertar en mí sensaciones, casi mágicas, que quiero compartir con
todos vosotros.
Lo que reflejaba el cuaderno de
viaje era más o menos esto:
“…La siguiente etapa concluye
en Tingri (4.342 metros). En realidad Tingri es un pequeño grupo de casas, al
más viejo estilo del Tíbet profundo, agrupadas en torno al camino de tierra
polvoriento que constituye la Carretera de la Amistad, la principal y única
arteria de comunicación por esta zona del mundo.
Tingri tiene el encanto de ser
el último poblado antes de afrontar la aproximación a los campamentos base de
tres montañas importantes: el Everest (8.848 m ), el Shisa Pagma (8.021 m ) y el Cho Oyu (8.201 m ). Aquí, como región
fronteriza que es, se puede encontrar de todo pero a muy pequeña escala… Hay
tres hoteles, que tendríais que verlos; tres restaurantes, de tres o cuatro
mesas cada uno; un puesto de policía chino y un burdel, quizás el sitio más
animado. Así es Tingri un lugar perdido del mundo pero perfectamente
identificado y soñado por cualquier montañero, explorador o aventurero que se
precie. Un sitio con sabor y con un encanto especial donde viajeros, llegados
de los rincones más dispares del mundo, comparten la luz y el cielo de un
escenario impregnado por el aroma inconfundible de la aventura.
A pesar de las incomodidades,
Tingri me parece un lugar de lujo cuando al atardecer me asomo a la ventana de
mi habitación y veo la imagen mágica de la cumbre del Everest de un color oro
intenso, como si estuviese incendiada por la luz de los últimos rayos del Sol…
También veo la luz turquesa intensa del Cho Oyu...
Ha anochecido y estoy
aguantando los dos grados bajo cero de temperatura que hay en el exterior…
Disfruto con la contemplación de un cielo nítido, cuajado de estrellas,
mientras me tomo una taza de té… tibetano, por supuesto… Tengo la sensación de
encontrarme donde finaliza La Tierra y comienza el Universo…”
Ángel Alonso
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