miércoles, 26 de marzo de 2014

Un lugar llamado Tingri

Por muy mal que se nos dé, no existe mejor viaje que el que realizamos nosotros mismos y quizás, por la misma razón, el peor viaje de nuestra vida sea aquel que nunca realizamos.



En estos últimos días he tenido la oportunidad de repasar mis antiguas notas sobre un anterior viaje al Tíbet y en ellas redescubrí una pequeña localidad perdida en el mapa, pero que fue capaz de despertar en mí sensaciones, casi mágicas, que quiero compartir con todos vosotros.

Lo que reflejaba el cuaderno de viaje era más o menos esto:

“…La siguiente etapa concluye en Tingri (4.342 metros). En realidad Tingri es un pequeño grupo de casas, al más viejo estilo del Tíbet profundo, agrupadas en torno al camino de tierra polvoriento que constituye la Carretera de la Amistad, la principal y única arteria de comunicación por esta zona del mundo.

Tingri tiene el encanto de ser el último poblado antes de afrontar la aproximación a los campamentos base de tres montañas importantes: el Everest (8.848 m), el Shisa Pagma (8.021 m) y el Cho Oyu (8.201 m). Aquí, como región fronteriza que es, se puede encontrar de todo pero a muy pequeña escala… Hay tres hoteles, que tendríais que verlos; tres restaurantes, de tres o cuatro mesas cada uno; un puesto de policía chino y un burdel, quizás el sitio más animado. Así es Tingri un lugar perdido del mundo pero perfectamente identificado y soñado por cualquier montañero, explorador o aventurero que se precie. Un sitio con sabor y con un encanto especial donde viajeros, llegados de los rincones más dispares del mundo, comparten la luz y el cielo de un escenario impregnado por el aroma inconfundible de la aventura.

A pesar de las incomodidades, Tingri me parece un lugar de lujo cuando al atardecer me asomo a la ventana de mi habitación y veo la imagen mágica de la cumbre del Everest de un color oro intenso, como si estuviese incendiada por la luz de los últimos rayos del Sol… También veo la luz turquesa intensa del Cho Oyu...

Ha anochecido y estoy aguantando los dos grados bajo cero de temperatura que hay en el exterior… Disfruto con la contemplación de un cielo nítido, cuajado de estrellas, mientras me tomo una taza de té… tibetano, por supuesto… Tengo la sensación de encontrarme donde finaliza La Tierra y comienza el Universo…”

                                                                                                  Ángel Alonso

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