Por estos días me ha vuelto a
venir a la mente mi ascensión al Kilimanjaro.
Fue hace más de nueve años y recuerdo que fue una experiencia fantástica por poder
ver y tocar lo que, en el futuro, tan sólo se podrá observar en fotografías e
imágenes del pasado.
Haber visto y pisado las
legendarias nieves del Kilimanjaro significa sentirse un auténtico
privilegiado. Según algunos estudios dentro de unos diez o, a lo sumo, quince
años, las nieves que inmortalizara Hemingway desaparecerán irremediablemente de
las cumbres del símbolo de África y señor de la sabana… La Casa de Dios,
como lo llaman los masai.
Recuerdo que mientras ascendía
aún me quedaba tiempo para soñar con sus cimas y tenía la ilusión de descubrir
sus rarezas románticas como la del leopardo congelado cerca de la cumbre, o la
de los restos del elefante descubierto a más de 5.000 metros. Pero al final no fue
así, el cansancio mermó mi capacidad y las ganas de realizar una observación más
concienzuda.
El guía aseguraba que los restos
estaban ahí y mi imaginación se desbordó buscando las causas por las que un
leopardo y un elefante iniciaron el camino sin retorno hacia el cielo de
África. ¿Qué pudo lanzar a esas bestias a abandonar su entorno en la sabana o
en la falda de la montaña, para adentrarse en un paisaje desconocido y, más
tarde, letal?
Es seguro que los dos animales
fuesen notando los efectos de la altura, el frío, el hambre e incluso la sed a
medida que ascendían, pero… ¿Qué pudo impulsarles a continuar en contra de su
instinto y qué buscaban? ¿Realmente eran conscientes de querer alcanzar las
cimas del Monte Blanco, como lo denominan los chaga que habitan la zona?... ¿O pudiera ser que tan sólo se
tratase de dos criaturas desorientadas y sin ninguna capacidad de supervivencia
debido al cansancio?
En cualquier caso mis amigos, el
leopardo y el elefante, seguirán para siempre en la cima del Kilimanjaro
desafiando a los científicos que busquen una explicación y alimentando los
corazones de los soñadores como yo, que vemos en ello una enigmática y preciosa
historia, repleta de romanticismo.
Todo esto y más está ahí, en la
montaña que, según los nativos, para su ascensión exige lo mejor y hace purgar
lo peor de nosotros mismos. Un enorme templo natural con el que los masai puede que estén en lo cierto y,
entre las nieves de sus cumbres, es posible que se encuentre la Casa
de Dios.
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