El mundo encierra aún muchos
secretos por descubrir… La idea de que pisar lugares en los que el hombre aún
no ha estado e imaginar paisajes que nunca han sido contemplados, calienta el
ánimo de cualquier explorador y lo atrae como la miel a las moscas.
Nada resulta más irresistible que
un vacío en el mapa o un lugar sin nombre. La necesidad de adentrarse por
territorios desconocidos y experimentar la sensación excitante del
descubrimiento, actúa como una poción mágica en el alma del explorador que le
lleva a internarse en una naturaleza, a veces hostil y siempre salvaje, ponerse
a prueba en manos de los elementos y, en ocasiones, arriesgar su propia vida.
Resulta difícil de explicar lo
que se siente al contemplar la aurora boreal en una noche estrellada sobre la
superficie helada del Ártico o la sacudida que nos produce en el alma el ver
amanecer sobre la sabana africana.
Quien lo ha experimentado, jamás
olvidará los olores y el sonido de la selva o la insignificancia y el temor que
se siente al soportar una tormenta de viento y nieve en las alturas del
Himalaya.
Para aquellos a los que les
atraiga la mar, nunca encontrarán nada más placentero y excitante que sentir la
brisa en la cara y escuchar el sonido del viento en las velas navegando por
mares remotos. Y a los que les gusta elevarse sobre el suelo no habrá nada
comparable a un vuelo en avioneta sobre el desierto, la selva o la sabana, o
atravesar una gran cordillera en un inolvidable viaje en globo hacia lo desconocido.
Todavía el mundo presenta un
maravilloso escenario donde vivir la aventura. De nosotros depende sacar el
explorador que todos llevamos dentro, ya que no es posible pasarse la vida ante
una puerta y no intentar abrirla…
El explorador de la época actual,
al igual que el de todos los tiempos, siente el impulso de descubrir que hay
más allá y de regresar para compartir sus hallazgos.
Ángel Alonso
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