Todo el mundo puede tener un
mal día… Hay veces en las que parece que todo nos sale al revés y que,
intentemos lo que intentemos, todo va mal.
Son días en los que nos
plantemos el por qué nos hemos levantado de la cama y en qué mala hora salimos
a la calle. Esas jornadas parecen no tener fin y sentimos que todo se tambalea
a nuestro alrededor y aguantamos como podemos para no desmoronarnos.
Son momentos en los que
encajamos un golpe tras otro y no acabamos de quedar noqueados porque,
precisamente, otro golpe reclama nuestra atención, mientras encajamos sus
consecuencias. No sabemos qué hacer, ni por donde tirar… La vida se nos
complica de mala manera en tan sólo unas horas, todo se nos viene encima y
llega un momento en el que podemos tener la sensación de que hemos tocado fondo
y no vemos luz al final del túnel.
La carga sobre nuestros
hombros apenas nos deja respirar… La ansiedad y el estrés nos someten a un gran
desgaste que, unidos a las sensaciones de agobio y soledad, nos hacen
replegarnos sobre nosotros mismos y nos dejan sin ánimo para nada… Son momentos
difíciles que, tarde o temprano, todos hemos vivido o tendremos que vivir en
alguna ocasión.
Así es el mundo de la
aventura, como la vida misma, un avatar continuo en el que, a veces, todo se
confabula para salir mal y al final puede que acabe saliendo mal, pero nunca
sin lucha y sin resistencia. Ahí está la clave, en ser capaces de encajar,
sufrir, analizar y sobreponernos…
Por muy complicada que sea
nuestra situación, la resignación nunca debe de ser una opción. En el mundo de
la aventura, como en la vida misma, el mantener una actitud u otra en los
momentos difíciles puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso, el
triunfo y la derrota, la salvación y el naufragio… En una situación extrema,
nuestra actitud influye en el desarrollo de los acontecimientos y puede marcar
la diferencia entre la vida o la muerte…
Ángel Alonso
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