En cualquier capítulo de la vida,
no hay nada tan complicado como las relaciones humanas. Las personas tendemos a
ser variables e imprevisibles y, además, estamos sujetos a la influencia de
nuestro entorno y las circunstancias de cada momento.
Si a veces es difícil el
desenvolvernos en un ambiente favorable con la familia, los amigos o los compañeros,
resulta mucho más complejo cuando tenemos que convivir en un contexto hostil,
incómodo o con muchas carencias.
Hay veces que por mucho que
creamos conocer a una persona, siempre deberemos de esperar a tener que
compartir una experiencia dura, difícil, quizás desagradable y que necesite de
un aporte extra de generosidad y sacrificio por todas las partes, para saber cómo
es esa persona realmente. Antes de iniciar una expedición o de emprender un
viaje de cierta duración, a veces resulta vital el haber compartido alguna
experiencia previa con las personas con las que vamos a pasar muchos días en
condiciones difíciles.
De visita y en hoteles y
restaurantes, todo el mundo es cordial y agradable… Pero varias semanas
compartiendo unos pocos metros cuadrados bajo una tienda de campaña, durmiendo
en el suelo y soportando los rigores climáticos de las bajas y altas
temperaturas, viendo las mismas caras durante todas las horas del día, ya no es
lo mismo. El convivir con la incomodidad de la humedad, el aire bajo en
oxígeno, la deshidratación, la mala alimentación, el esfuerzo diario de cada
jornada o el ataque de los insectos, exige de una gran fuerza mental y pone a
prueba la más exquisita educación y las más arraigadas normas de convivencia.
Siempre habrá discrepancias y
decisiones que no gustarán a todo el grupo y que, en ocasiones, pongan en
peligro su cohesión, pero, entre todos, no les quedará más remedio que superar
los inconvenientes y trabajar unidos para cumplir el objetivo y regresar para
contarlo. Si no fuese así, la experiencia puede llegar a convertirse en un
auténtico infierno.
Ángel Alonso
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