Hace tiempo hay quien dijo que la democracia es el menos imperfecto de los sistemas de gobierno, pero también es el más delicado y al que más hay que proteger. Una democracia saludable se apoya en dos pilares fundamentales: la libertad y el Estado de Derecho.
Sin democracia la libertad es una quimera. A lo largo de la historia de la Humanidad, generaciones y generaciones de todos los tiempos se han sacrificado para que sus descendientes pudiesen vivir en libertad y los avances sociales han ido encaminados a asegurar este derecho fundamental de las personas. Nunca hay que descuidar la libertad y de todos y de cada uno de nosotros depende que podamos seguir disfrutando de ella.
Del mismo modo, el Estado de Derecho proporciona el marco y las reglas de juego en el que se ha de desarrollar un sistema democrático. El Estado de Derecho vela por la salud democrática garantizando, entre otras cosas, la libertad y la igualdad de los ciudadanos del país del que se trate, consolida los derechos, pero también obliga al cumplimiento de la Ley y a la observancia de las normas de convivencia.
La democracia es, sobre todo, igualdad… Todos tendrán los mismos derechos y obligaciones, y cada ciudadano debe ser respetado como persona y nadie debe ser divinizado. La democracia se rompe con la tensión y la crispación… y solo puede sobrevivir si se apoya en la confianza.
Desgraciadamente y en pleno siglo XXI, siempre hay quien cae en la tentación de querer mejorar su vida y consolidar sus intereses personales, a costa de limitar los derechos y libertades del resto de los ciudadanos que, por ignorancia o por un exceso de credulidad, acaban cayendo en las trampas de personajes disfrazados de demócratas y aficionados al totalitarismo.
Cierto es que, en condiciones normales, el Estado se protege a sí mismo. Pero hay veces en que la agresión es tan evidente y tan fuerte, que necesita de la reacción de los ciudadanos… Primero en las urnas y, a continuación, en la vigilancia de la observancia de ese sagrado acuerdo asumido por electores y elegidos, a la hora de la emisión del voto democrático, como es el programa electoral y los compromisos que se adquieren con la ciudadanía.
Pero, para preservar la democracia y que la sociedad avance en derechos y libertades, quizás sea imprescindible que todo ello vaya acompañado de la puesta en práctica de determinados valores, que debería de atesorar todo buen dirigente y que aportan tranquilidad y progreso mediante la observancia de algo tan especial como es la previsibilidad y la confianza.
Winston Churchill dijo en una ocasión que la democracia es el sistema político en el que cuando alguien llama a la puerta de la calle a las seis de la mañana se sabe que es el lechero. Solo así puede que se consiga mantener una democracia saludable, en libertad y con la esperanza real de que el Estado de Derecho, sin sobresaltos, perdure en el tiempo…
Ángel
Alonso
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