jueves, 14 de septiembre de 2023

Al sur del Mediterráneo

Mientras que por aquí estamos entretenidos con los tejemanejes de un tipo que no tiene cargo de conciencia en descuartizar España, para darse el capricho de continuar en el poder, la naturaleza ha dado dos importantes muestras de la insignificancia y fragilidad del ser humano, con dos grandes catástrofes: el terremoto de Marruecos y la riada de Libia.

Las cifras de heridos, muertos y desaparecidos son aterradoras y siguen aumentando, mientras la esperanza por encontrar supervivientes disminuye con el paso de las horas. Los datos, siempre provisionales, hablan ya de más de 3.200 muertos y un número sin determinar de desaparecidos, en el terremoto de Marruecos; y se estima de más de 7.000 muertos y más de 20.000 desaparecidos en el caso de la riada de Libia.

Inevitablemente, las primeras setenta y dos horas son clave en este tipo de catástrofes. Son el momento de desplegar la mayor cantidad posible de recursos, gestión y eficacia… Después hay que seguir, pero ya no es lo mismo. Los rescates con vida son celebrados con la humanidad que merecen, pero cada vez son menos y más espaciados, mientras que el amontonamiento de cadáveres no cesa ni con la ausencia del sol…

A los supervivientes que consiguen encontrar los cuerpos sin vida de sus seres queridos, sólo les queda llorar, mientras, a los que siguen buscando, además les queda rezar, aferrándose al hilo de esperanza que les permita volver a ver a los suyos con vida… La ilusión de poder reunirse y permanecer juntos en este mundo… Eso sí, tanto los que lloran, los que rezan, o los que hacen ambas cosas, lo tienen que hacer casi en silencio porque también es el momento de cuidar de los vivos, principalmente niños y ancianos que, evidentemente, no pueden valerse por sí mismos…

Mientras quedan patentes y al descubierto las carencias, y la poca capacidad de gestión de responsables y autoridades, es el tiempo de las tumbas anónimas y las fosas comunes… Comienza la carrera por evitar la epidemia que desataría la descomposición de los cadáveres, amontonados sin que nadie los reclame.

Es el tiempo de comenzar a asimilar el dolor y el horror, por lo perdido y lo vivido, pero también es el turno de que los vivos sigan vivos, proporcionándoles, al menos, lo imprescindible, en tiempo y forma, atendiendo sus necesidades básicas y, también, reestableciendo a los damnificados la dignidad humana que nos diferencia de los animales.

Todo está cambiando y da la sensación de que cada vez somos más vulnerables. Está vez las causas han sido un terrible terremoto y la tormenta más devastadora y mortífera del planeta en los últimos años… Y no han ocurrido al otro lado del mundo, han sucedido aquí… muy cerquita de nosotros, al sur del Mediterráneo…

Y mientras tanto nosotros preocupados por los tejemanejes de un señor aferrado al poder… Al precio que sea.

Ángel Alonso

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