jueves, 1 de junio de 2023

El Quinquenio Negro

Acabo de cambiar las fechas de las vacaciones de verano y sí, estoy muy cabreado… Lo estoy por haber tenido que cambiar los planes, pero lo he hecho convencido de, con esta acción, atender a un propósito superior… Ir a votar el 23 de julio, temporada alta vacacional y, además, con puente de Santiago incluido, en muchos sitios.

En lugar de “hacerme cargo”, como dijo el ínclito autor material de este despropósito, intento ponerme en la piel del incalculable número de damnificados por esta decisión, más que cuestionable, que esconde personalísimos intereses y un egoísmo, difícil de diluir, y que, precisamente, no pasa desapercibido y que la historia se encargará de recoger cómo se merece. Al menos de eso ya se puede ir despreocupando el personaje, lo ha conseguido, pasará a la historia y aparecerá en los libros de texto. 

Precisamente se acaban de cumplir cinco años de la moción de censura que puso a España patas arriba y, sinceramente, como nación, durante este periodo de tiempo resulta muy difícil encontrar algo bueno, mientras que las cosas malas se agolpan en una lista interminable. Lista que se puede condensar en la expresión, “malos en todo, buenos en nada”. 

Es como si, por nuestros pecados, nos hubiera caído encima una desgracia bíblica… y volviendo al encaje con el que estos años serán tratados por la historia, hay quienes ya se refieren a este intenso espacio temporal como “El Quinquenio Negro”. 

Es justo reconocer la capacidad de síntesis y el acierto de esas tres palabras que, a buen seguro, reseñarán un capítulo propio de la historia de nuestra democracia y no precisamente el más próspero ni luminoso. Un capítulo al que ya convendría ir poniéndole punto y final, conscientes de la dura resaca económica y social que nos va a dejar, y que nos costará años y esfuerzo superar. 

No va a ser fácil. Nos quedan cincuenta días por delante en los que asistiremos a todo tipo de espectáculos, escándalos e indignidades. Reiteradamente nos mentirán y nos tomarán por idiotas, mientras asumimos los daños colaterales de una decisión con un sello tan personal, que no tiene parangón en la historia de nuestra democracia.

Pero no hay mal que cien años dure, ni mal que por bien no venga y, aunque haya que recomponer planes y padecer un calvario a treinta y ocho grados de temperatura, guardando colas o estando en las mesas, hay que aprovechar la oportunidad de finiquitar, antes de que sea demasiado tarde, lo que comenzó hace cinco años. Lo que no quita que estemos muy cabreados.

                                                                                                Ángel Alonso

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