Prácticamente se han perdido todas las opciones de rescatar con vida a las cinco personas que descendieron al fondo abisal a bordo del, ya tristemente célebre, submarino Titán, para contemplar los restos del Titánic.
Lógicamente la búsqueda continúa y continuará, al menos durante unos días, hasta que el sumergible aparezca, con su triste carga en sus entrañas, o, la razón y el pragmatismo económico aconsejen que la recién estrenada leyenda del Titán, se una a la de otras muchas embarcaciones que, en la misma zona, también desaparecieron para siempre, ocultándose en sus oscuras, frías y profundas aguas…
Rápidamente, como últimamente suele ocurrir con casi todo, ya ha aparecido el coro de chupiguáis, autoconvencidos de ser superiores en lo moral y siempre empeñados en que nuestras vidas se ajusten a lo que ellos entienden, cómo deben de ser… Como siempre, con el entusiasmo y vehemencia habituales que despliegan al servicio de la causa, quizás para distraer y que no se hable de otras cosas mucho más incómodas, con disciplina, como un solo hombre, han demarrado toda su demagogia en sus nichos mediáticos, para intentar su enésima división, ésta vez a cuenta de la capacidad económica de unos y de otros, y del cuestionamiento moral que, supuestamente y según ellos, todos deberíamos de hacernos sobre el hecho de que unos señores hayan pagado 250.000 dólares, por persona, para vivir una experiencia exclusiva que, a la postre y cada vez con más probabilidad, les habrá costado la vida.
Ustedes que me escuchan, como tantos otros, harán bien en pensar y hacer lo que les dé la gana, y no dejarse influenciar por toda esta colección de predicadores del aleccionamiento ideológico que, a ver si con un poco de suerte, a partir del 23 de julio, empiezan a buscarse una nueva ocupación…
Por favor, sean libres… Personalmente, si mi escuálida disponibilidad económica, por lo que sea, se transformarse en capacidad de recursos y la posibilidad de poder vivir experiencias exclusivas, no tengo ninguna duda que me apuntaría a casi todo…
Cuando digo casi todo, quizás excluyo la opción de internarme en una cueva profunda y a ver qué pasa… En otro tiempo ya lo hice, y tras pasar mil y una peripecias, eso sí, siempre aguantando el tipo y la compostura, al salir al exterior y tras besar el suelo, me dirigí a mis compañeros de aventura para agradecerles la experiencia, al tiempo que les dejaba lo suficientemente claro mi propósito de no volver jamás a meterme en una cueva, en cuyo interior no se pueda andar como personas o, al menos, como homínidos.
A partir de ahí, dando por excluyente mi escasa afición intraterrestre, si mi economía me lo permitiese, creo que me apuntaría a todo lo que pudiera… alternando excursiones espaciales con descensos abisales o lo que hiciese falta…
Es cierto que, si nos sobra el dinero, hay muchas y meritorias formas de hacer cosas buenas revirtiéndolo a quien lo necesita. Pero también conviene aclarar que el que contrata experiencias exclusivas, contribuye a que el dinero rote y se distribuya, creando riqueza en forma de puestos de trabajo, investigación, industria, servicios y muchísimas cosas más con las que creo que no es necesario extenderse.
Que haya opciones para que quien tenga dinero, lo comparta a cambio de poder hacerlas realidad, es bueno para todos. Evidentemente hablamos de experiencias que siempre entrañan un alto riesgo… Otra cosa es tratar de hacer todo lo posible para minimizarlos… pero eso ya es otra historia…
Ángel Alonso
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