jueves, 26 de enero de 2023

Odio y fanatismo

Vuelve el terror, aunque en realidad nunca se ha ido. Está ahí, latente, agazapado, siempre acechando a la espera de una oportunidad. Tenemos unas excelentes Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Sin duda en materia de terrorismo, de las mejores del mundo. Pero siempre estamos expuestos a que un fanático o un loco, se esconda un machete bajo el abrigo y, por sorpresa, sin piedad e indiscriminadamente, lo tiña de sangre.

En esta ocasión la macabra localización geográfica ha estado en Algeciras y el asesinado ha sido Diego Valencia, sacristán de la iglesia de La Palma. Y también ha habido un herido grave, aunque ya fuera de peligro, el padre Antonio Rodríguez, párroco de la capilla de San Isidro. Este último recibió una puñalada y se encuentra en estado grave en el hospital.

En cuanto al terrorista fanático, de veinticuatro años de edad, además de estar en situación irregular y pendiente de expulsión, parece que tenía antecedentes psiquiátricos en Tánger y una radicalización que, seguro, no le vino por ciencia infusa, sino que de alguna manera tuvo que ser adoctrinado y su ira canalizada hacia los que su intolerancia considera susceptibles de ser asesinados, en aras a acceder a un supuesto paraíso en la otra vida.

Con una clarísima voluntad de odio religioso contra el cristianismo, quizás se echa de menos una condena un poco más contundente por parte de la Comisión Islámica de España y convendría que la tradicional buena voluntad española, en general, y el buenismo exacerbado, siempre dependiendo con quién, de nuestros dirigentes, no acabe confundiéndose con la estupidez habitual que a menudo rezuma en tantas cosas, por estos tiempos.

Algo estamos haciendo mal o muy mal. Tal vez, sin saber exactamente como hemos llegado hasta aquí, vivimos tiempos de enfrentamiento y de odio. Basta con hojear un periódico, escuchar un informativo o ver un telediario para comprobar que es así…

Hay odio, y mucho, en la guerra de Ucrania y en todos los conflictos actuales y, también, en los que están larvados, repartidos por el mundo… Hay odio, y mucho, en nuestra clase política y, en especial, en nuestros dirigentes… Y, lo que resulta muy preocupante, el odio se ha extendido y ya está arraigado en nuestra sociedad.

Lamentablemente en España no faltan vergonzosos escenarios con los que ponernos ante el espejo. Penosos espectáculos que, en gran medida, son consecuencia de la degeneración institucional emprendida como objetivo de supuestas ideologías, que buscan subvertir el actual orden constitucional. Es evidente que como sociedad estamos fracasando y, si no contribuimos individualmente a ponerle remedio, vamos directos hacia el abismo del despropósito y la ruina moral y económica.

Resulta muy descorazonador asistir a como un sector de la población, comprendida entre los dieciocho y veinticuatro años, está cada vez más radicalizado. En incidentes como el ocurrido en la Universidad Complutense de Madrid, en relación al acoso a Isabel Díaz Ayuso, sorprende y cuesta trabajo entender como personas tan jóvenes, pueden destilar tanto odio.

Hechos como éste dejan un profundo amargor y una inquietante pregunta en el aire, ¿en manos de quién vamos a estar cuando esta gente tenga que coger las riendas del futuro de España? Por responsabilidad es imprescindible despertar y ponerle remedio antes de que sea demasiado tarde.

                                                                                         Ángel Alonso

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