Una vez concluidas las celebraciones navideñas, volvemos a despertarnos con la cabeza metida en el orinal de la realidad.
La cuesta de enero se perfila como si de una mala resaca se tratase y la vorágine política con la que acabamos el 2022, amenaza con perpetuarse apretando el acelerador hacia un abismo degenerativo, sin retorno, que solo puede terminar dejando a España en las raspas.
Despedimos con frialdad el 2022 y recibimos con no demasiado entusiasmo el 2023… Ya por escarmentados, estamos mentalizados en que “aquello que es susceptible de empeorar, seguro que empeora” y por ello apenas dejamos margen para un resquicio de entusiasmo… por si lo estropeamos.
Ya ni siquiera podemos decir que todo sigue igual, porque la percepción es que todo va a peor… y, por si no fuera suficiente, hasta las predicciones de Nostradamus para este 2023 en poco o nada invitan al optimismo, ya que, ni más ni menos, anuncian para este año el comienzo de una época apocalíptica… Esto último habría que analizarlo convenientemente y ver en qué medida nos afecta a los españoles que ya estamos viviendo una época apocalíptica desde la moción de censura de 2018…
Así las cosas, con la economía hecha unos zorros, en un tiempo en el que un escándalo tapa otro escándalo y a la espera de más desgracias, o de alguna nueva catástrofe, no nos queda otra que seguir adelante con la esperanza de que, tarde o temprano, termine esta pesadilla y podamos encontrarnos con alguna alegría, agarrándonos a aquello de “no hay mal que cien años dure”. Lo último es rendirse.
Aunque nos machaquen y no paren de intentar bajarnos la autoestima como individuos, como sociedad y como nación, no nos queda otra que apretar los dientes y tirar hasta que el cuerpo aguante… España y los españoles nos merecemos algo mejor y en ello deberíamos focalizar nuestras opciones de recuperación.
Puede que tan sólo sea una anotación cronológica en el calendario de nuestras vidas, pero lo cierto es que anímicamente el inicio de un nuevo año nos ayuda a volver a plantearnos muchas cosas y llenarnos de buenos propósitos… Y aunque casi siempre acabemos fracasando en nuestra lista de intenciones, el tiempo que transcurre hasta el predecible desenlace nos sirve de abono para rejuvenecer el espíritu y nos llena de ilusión al imaginarnos en un futuro idealizado por nosotros mismos.
Si hemos sido demasiado ambiciosos, es posible que la frustración se adueñe un año más de nuestros corazones, pero también es posible que, de entre los pedazos, consigamos rescatar algún pequeño brote que sea capaz de seguir creciendo en nuestro interior, nos haga evolucionar y nos acerque fugazmente a la felicidad.
Lo importante es no rendirnos e intentar vivir intensamente el momento porque, queramos o no, cada instante es irrepetible y, por muy negro o incierto que se dibuje el futuro, somos dueños de nuestro propio destino y tenemos la capacidad de cambiar las cosas por mucho que, un solo hombre, se empeñe en lo contrario y anteponga sus propios intereses a los de toda una gran Nación.
Ángel
Alonso
No hay comentarios:
Publicar un comentario