Se acabó la ensoñación veraniega y quien más o quien menos, o ha vuelto a la cruda realidad o está en ello.
Está siendo duro y sabemos que la cosa se va a poner mucho peor. Por eso no es de extrañar que empiece a faltarnos la paciencia y cada vez tengamos peor cuerpo para aguantar tonterías…
A cada día que pasa se incrementan los problemas y lo peor es que, ni se soluciona alguno, ni se percibe que en un futuro próximo se pueda ir arreglando algo que nos permita notar un poco de alivio.
Vivimos tiempos de impostura y propaganda en donde no hay pufo, ni mala gestión, que no tape un buen relato… Vivimos una época de infantilización en donde la realidad nos es sustituida por cuentos facilones de buenos y malos, de héroes y de villanos, de personajes siniestros y de príncipes maravillosos que se preocupan por la gente, velando por ella y defendiéndola de todo mal ante la adversidad.
Según los que escriben los cuentos, así debe de ser y si cada día, al caer la noche, no salimos a ventanas y balcones a aclamar y enaltecer a nuestro príncipe salvador, demostrándole nuestro afecto popular, es que, o estamos alineados con los malos y sus hordas oscuras, o que, con nuestras entendederas en proceso de infantilización, no acabamos de ver claro el relato y he aquí que los que se han erigido en guionistas de nuestras vidas se han puesto manos a la obra para explicarnos bien el cuento… o lo que se pueda explicar, sin meterse en demasiados aprietos.
El problema es que los guionistas del final feliz tienen mucha prisa, porque el tiempo electoral apremia, y apenas queda margen para desarrollar un buen relato en condiciones. Pero como los destinatarios del cuento llevan tiempo siendo infantilizados y obsequiados con golosinas y otras dádivas, los guionistas piensan que puede que no haga falta el cuento completo y que quizás les llegue con lucir ante la multitud al apuesto príncipe azul, para que ésta acabe rendida a sus encantos, irradiados en promesas de regalías y en descalificaciones a su malvado oponente y sus hordas oscuras de ogros y monstruos.
Puede que a los guionistas del relato no les dé para explicar el cuento, completo y bien contado, pero, por considerarlo fundamental, sí han cuidado la caracterización del príncipe para su advenimiento ante las masas infantilizadas e impacientes por aclamar a un héroe salvador… Y qué mejor que presentar al príncipe ataviado con una chaqueta mágica… A saber…
Una chaqueta con las solapas muy estrechas que dibuje una principesca atlética figura y que dé la sensación de una mayor complexión torácica, imprescindible para vencer a dragones, orcos y malvados personajes de la oposición… y por supuesto, en lo que al color se refiere, como no podía ser de otra manera y como corresponde a un buen príncipe de cuento que se precie, la chaqueta mágica es azul… porque, en las historias que acaban bien, de azul viste el príncipe bueno y valiente, aclamado de las gentes.
Pero para que la chaqueta resulte mágica, tampoco vale un azul cualquiera… Tiene que ser un azul que infunda ilusión y fantasía… Que inspire confianza y bondad… Que enamore los corazones del pueblo y lo atraiga al lado supuestamente bueno, donde imperan la ética y los valores…
Por todo ello, para solucionar los problemas actuales, nada mejor para un príncipe de cuento que una chaqueta azul… Azul Disney.
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