Es difícil para un ególatra darse cuenta y reconocer su propia decadencia. Antes irá dando bandazos de un sitio a otro o anunciando cosas y desmintiéndolas al momento, antes que aceptar que es un moribundo que quita más que da…
Para un narcisista pagado de sí mismo y adulado continuamente sin rubor por aquellos que le rodean, le debe resultar tremendamente complicado admitir su propio desgaste. Pero es lo que sucede cuando el personaje está tan visto que ya no sorprende a nadie… es tan repetitivo que aburre y cansa hasta provocar el rechazo y hastío… y ha decepcionado tanto y a tantos, que ya a nadie le interesa.
Lo peor viene cuando el fatuo en horas bajas, atisba o alguien le advierte de su declive y recurre a ocurrentes ardides para frenar su ocaso buscando un nuevo amanecer… Siempre pensará que aún hay tiempo por delante y todo puede pasar, pero la realidad suele ser tozuda y conviene no olvidar que los tratamientos médicos pueden sanar a los enfermos, pero nunca resucitar a los muertos…
Al igual que en la película “El sexto sentido”, el finado será el último en darse cuenta de que ya no está en este mundo y, del mismo modo, el narcisista continuará resistiéndose a su propio ensombrecimiento y se agarrará desesperadamente a todo lo que se le ponga por delante, sacrificando y arrastrando con él lo que haga falta… El precio nunca importa, solo importa él y el fin es mantenerse como sea… Aunque solo sea un poco más.
A partir de ahí todo se acelerará transitando, sin solución de continuidad, entre el ridículo, lo patético y el esperpento… Nada funcionará y el ególatra seguirá sin entender por qué no es ni querido, ni aceptado… Esto supone un duro revés para alguien que tiene tan alto concepto de sí mismo y se tiene por una especie de superhéroe o algo así.
Lo que nunca reconocerá el presuntuoso personaje es que, un alto porcentaje de que la situación haya llegado a donde ha llegado, se debe al fomento de la ineptocracia, es decir, la selección negativa de incapaces a mayor gloria del ególatra… El rodearse de gente leal, dócil y servil, entraña una ventaja considerable para el narcisista, pero, a la hora de la verdad, el acabar cercado de incompetentes y falsos expertos, supone que el personaje será muy popular y apreciado por familiares, amigos y correligionarios agradecidos, pero, al prescindir de la meritocracia, solo tendrá aduladores y nunca gente competente y eficaz, capaz de trabajar con acierto, aportando soluciones.
La ineptocracia, antítesis de la meritocracia, lleva a la subsistencia, eso sí, siempre a mayor gloria del ególatra que, si nadie lo impide, puede que incluso acabe de protagonista, actuando de sí mismo, en una serie que ninguna televisión querrá comprar… y será precisamente eso lo que marcará, definitivamente, el crepúsculo de los dioses. Ángel Alonso
No hay comentarios:
Publicar un comentario