Situadas en el corazón de África,
la leyenda y el misterio que las envuelve continúa emanando su atracción
irresistible sobre los espíritus inquietos, ávidos de experiencias
inolvidables.
Una expedición ligera, de dureza
media-alta, que sirviera de preparación para otros retos, era lo que, en
principio, nos llevó hasta allí. Los ingredientes del viaje no podían ser más
atractivos: exotismo, selva, animales salvajes, misterio, leyenda, reto
deportivo y, sobre todo, aventura… Mucha y auténtica aventura.
Aunque las noticias sobre la situación
sociopolítica de Uganda no eran nada tranquilizadoras antes de la partida, lo
cierto es que al llegar nos encontramos con un país tranquilo, muy organizado y
con vocación de progreso gracias a su propio esfuerzo. Tan sólo la guerrilla
que, desde el norte del país, de cuando en cuando golpea con dolor y muerte, logra
desestabilizar a una población cien por cien escolarizada, que no muere de
hambre y en la que los integrantes más desfavorecidos o desahuciados de su sociedad son recogidos y
atendidos en instalaciones estatales. Un punto de progreso social, tal vez más
avanzado que el de muchos países desarrollados.
Siguiendo los pasos de Speke, Stanley,
del Duque de los Abruzzos y de otros grandes exploradores occidentales de la
segunda mitad del siglo XIX, comenzamos el recorrido donde otros encontraron su
objetivo final: en las Fuentes del Nilo… En las orillas del Lago Victoria, el
más grande de África, donde en su parte septentrional se abre una fuga de agua
dando nacimiento al más famoso de los ríos de la Tierra: el Nilo.
Desde allí tan sólo hay que viajar hacia
el Oeste y cruzar dos veces la línea del Ecuador, para alcanzar la llanura del Parque Nacional Queen Elisabeht, una
extensa sabana repleta de fauna salvaje, e intuir en el horizonte lo que
Stanley visionara por primera vez, durante unos breves instantes, al separarse
momentáneamente las nubes permanentes que lo cubren y dejar al desnudo sus
inmensos glaciares perpetuos en pleno ecuador africano. Algo que desde la más
remota antigüedad ha promovido un gran número de expediciones para ir en su
búsqueda y localización… Algo que por su situación tan remota y, quizás, por la
gran cantidad de nubes que permanentemente las ocultan, no fueron holladas por
ningún occidental hasta principios del pasado siglo, siendo su primer visitante
el Duque de los Abruzzos, el hijo del que brevemente fuese rey de España,
Amadeo de Saboya.
Ya en la sabana del Parque Nacional Queen Elisabeth, y siempre mirando al Oeste, al
atardecer se intuye que allá por donde se oculta el Sol, un obstáculo enorme
tapa sus rayos de luz… Algo siempre escondido en una gran masa de nubes… Los
nativos de la zona lo conocen como el Macizo del Ruwenzori… En mi memoria y en
mi corazón seguirán siendo las Montañas de la Luna.
Ángel
Alonso
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