Nepal es un país bellísimo que
aglutina los sueños de cualquier aventurero. En su territorio conviven las
montañas más altas de la Tierra con junglas en las que todavía abunda la vida
salvaje.
Al llegar al aeropuerto de su
capital y nada más salir del avión, un olor penetrante a vegetación tropical
impregna los pulmones y el espíritu, mientras dirijo la mirada hacia el norte,
hacia las cumbres nevadas de la Cordillera del Himalaya… En ese momento algo
grandioso y emocionante recorre nuestro interior y, de alguna manera, nos
prepara para desembarcar en Katmandú, la capital de este exótico reino situado
entre India y China.
Tras realizar todos los
trámites burocráticos de entrada al país, con el consiguiente aligeramiento de
la provisión de dólares en concepto de tasas y la dichosa fotografía de carnet,
que no hemos tenido la precaución de llevar en la cartera, por fin se consigue salir
al exterior del aeropuerto con la satisfacción de no haber tenido ningún
percance con el equipaje y encontrar todos los bultos en buenas condiciones.
Próximos a la puerta de salida se encontraban nuestros amigos nepalíes
esperándonos con los vehículos que debían de trasladarnos al Thamel Hotel,
situado en pleno centro de la parte turística de la ciudad.
Aquel trayecto en vehículo fue
la primera toma de contacto con un país cautivador que caía en picado hacia la
bancarrota. Corría el año 2002 y el turismo, la principal fuente de ingresos de
Nepal, había disminuido de forma espectacular debido al descenso general de
viajeros en todo el mundo y, como causa muy particular, por las actuaciones de
la guerrilla maoísta. Esto último, en cierta forma, era utilizado por el
gobierno para decretar, de cuando en cuando, el estado de queda. De esta forma
se evitaban males mayores y se atajaba cualquier intentona reivindicativa o se salía al
paso de posibles brotes de
disconformidad por la coyuntura sociopolítica y económica del momento
que, a ojos de los extranjeros que estábamos por allí, no tenía buena pinta.
Asomado por la ventanilla de
la furgoneta que nos trasladaba al hotel, mi corazón se aceleraba con la
emoción del descubrimiento de lo nuevo y la fascinación de una cultura y un
pueblo por conocer… En aquel territorio conviven dos religiones mayoritarias sin
ningún tipo de fricción: la hinduista y la budista.
Entremezcladas por las calles
se veían las gentes de distinta etnia, procedencia y condición social. No era
difícil sorprender a un par de jóvenes lamas junto a un santón hindú o ver a un
nutrido grupo de escolares pasando a lado de mendigos de aspecto miserable… No
me fue ajena, a la hora de reclamar mi atención, la presencia de las vacas
sagradas del hinduismo, algunas de ellas de aspecto escuálido debido a la falta
de pasto, deambulando libremente por las calles de la capital y, en ocasiones,
contribuyendo a complicar, aún más, un ya de por sí caótico tráfico del
abundante parque automovilístico de Katmandú.
Son muchos los que me habían
advertido de que Katmandú era una ciudad poco agradable e incluso fea, pero la
verdad es que a mí me pareció fascinante… Una legión de mendigos pululaban de
aquí para allá, intentando ver recompensada su tenacidad con alguna rupia que
les permitiera sobrevivir un día más… Lo que me llamó la atención fue que, por
muy miserable y desesperada que se viera la situación de las personas, jamás
les faltaba una sonrisa, aunque a veces se tuviera que dibujar con un pellejo
sobre una calavera, ni tampoco faltan los gestos de cordialidad.
Motocarros, bicicletas, motos
y transportes de todo tipo, se entrecruzaban peligrosamente con coches,
autobuses y camiones... Milagrosamente, como si en el fondo todo aquello
estuviera regido por una perfecta sincronización del desconcierto, unos y otros
competían entre sí por abrirse camino esquivándose en el último momento a ritmo
de claxon. Además en Nepal, país de la órbita británica, se conduce por la
izquierda lo que aumentaba la sensación de inseguridad a bordo de la furgoneta
que ya se adentraba en el famoso barrio de Thamel donde, al poco, llegábamos al
hotel del mismo nombre.
Thamel Hotel… Al llegar allí
sentí una extraña y agradable familiaridad. El cristal de la puerta de entrada
apenas mantenía alguna transparencia debido al gran número de pegatinas con los
logotipos de diferentes clubes, federaciones y asociaciones deportivas
españolas. Habían sido muchas las ocasiones en las que, desde Tenerife, había
llamado por teléfono al Thamel Hotel para contactar con alguna expedición
española de camino o de vuelta de alguna de las montañas del Himalaya… Pero en
aquel momento era yo el que estaba allí, con mi propia expedición, con el mismo
objetivo y con toda una aventura por vivir…
Ángel Alonso
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