Conozco a Ramón desde hace casi veinte
años y nunca he tenido la más mínima duda de que, en calzoncillos y con tan
sólo un cuchillo, sería capaz de sobrevivir en pleno Polo Norte.
Vale, tal vez esto último resulte un
poco exagerado, pero lo cierto es que hablar de Ramón es hacerlo de uno de los
cinco mejores exploradores árticos actuales en todo el mundo.
Cuando la mayoría de los mortales
soñamos con grandes aventuras, Ramón las hace realidad. Su perseverancia y
tenacidad no tienen límites y desde muy joven tuvo claro que lucharía por hacer
de su gran pasión, su modo de vida.
Y así ha sido siempre, porque siendo
todavía muy joven, a principio de los noventa, protagonizó la expedición que
marcaría para siempre su vida, la Expedición Circumpolar, en la que durante
unos tres años recorrió el sur de Groenlandia, cruzó las aguas que la separan
del continente americano y atravesó el norte de Canadá y Alaska.
En definitiva un recorrido de unos trece
mil kilómetros de territorio inhóspito utilizando únicamente métodos
tradicionales de transporte esquimales o, para ser más correctos, inuit, que no
sólo aprendió a utilizar con eficacia, sino que también se formó con paciencia
en sus técnicas de fabricación, asimilando al mismo tiempo, como alumno
aventajado, la lengua, cultura, métodos de supervivencia y, en definitiva, la
filosofía y modo de pensar ante la adversidad de, probablemente, el grupo humano
más especializado del mundo.
Lo que para muchos ya hubiera supuesto,
de por sí, toda una experiencia de vida y habríamos pasado a otra cosa, para
Ramón fue tan sólo el principio. Es como si hubiera cursado unos estudios superiores en entornos árticos y con el título de licenciado bajo el brazo tenía
que abrir su propio despacho… Así, con el tiempo y algún que otro revés,
nació Tierras Polares, su empresa de
toda la vida desde la que empezó a organizar viajes de ocio para aquellos
inquietos, con ganas de conocer cosas distintas y con la solvencia económica
para permitírselo que, de la mano de Ramón, por unas semanas decidían
internarse en el reino del oso blanco y la aurora boreal.
A finales de los noventa y con el
principio del nuevo siglo llegaría por fin el reconocimiento para Ramón. Su
importante participación en la Expedición al Polo Norte con el equipo de “Al
Filo de lo Imposible” y el Grupo Militar de Alta Montaña, le dio la solvencia
necesaria para dejar de ser “un friki del hielo” y empezar a consagrarse como
lo que és: un extraordinario explorador polar.
Luego le siguieron una gran variedad de
expediciones tanto por el Ártico, como por la Antártida. Con su frecuente
participación en los programas de Jesús Calleja, se hizo un personaje cada vez
más conocido. El “glamour llamó a su puerta” en forma de Sociedad Geográfica y
todo le fue yendo bien, cada vez menos difícil, al bueno de Ramón.
Pero, desde el inicio y durante todo
este proceso, siempre hubo una idea que ocupaba su cabeza. Los conocimientos
adquiridos durante la Expedición Circumpolar eran la clave para dar sentido a
sus anhelos de aventura. El proceso de construcción de los trineos inuit,
resistentes a los batacazos y adaptables a las irregularidades del terreno,
eran el camino a seguir para fabricar un transporte ártico eficaz y totalmente
limpio con el Medio Ambiente. El proyecto constituía un reto apasionante para
alguien con la suficiente perseverancia y fuerza de voluntad, y para quien el
premio era hacer algo grande y distinto en el mundo de la exploración polar.
Fue así como desde 1999, verano tras
verano, aparecía un nuevo prototipo que había que poner a prueba en los hielos
groenlandeses. No fue nada fácil, pero su obsesión, muchas veces en clara
disputa con su labor como guía turístico con su empresa, poco a poco fue encontrando
su madurez y, desde aquellos inicios, en un pequeño local del pueblo de Barajas
en Madrid, en donde muchos de los que conocíamos a Ramón escuchábamos todo tipo
de explicaciones sobre su invento, he de reconocerlo, sin tomarle demasiado en
serio, hasta la realidad actual, en donde su trineo propulsado por cometas ha
sido probado y consagrado en los hielos del Ártico e, incluso, cruzando el
continente helado de la Antártida, queda reflejada la tenacidad que siempre ha
adornado a los grandes exploradores de todos los tiempos.
La penúltima, nunca la última, hazaña de
Ramón Larramendi ha sido circunnavegar la isla de Groenlandia, la mayor del
mundo, en un recorrido de unos 4.300 kilómetros, en tan sólo 49 días,
utilizando la energía del viento en unas cometas sujetas y dirigidas desde un
trineo muy especial, el trineo de Ramón, capaz de transportar a todos los
integrantes de la expedición, 5 personas, y todos los pertrechos y víveres para
sobrevivir en un ambiente tan hostil que, en ocasiones, ha alcanzado los 30º
bajo cero. Por cierto durante la última etapa se realizó un recorrido de 427
kilómetros, batiendo la anterior marca de 421 kilómetros establecida por el
propio Ramón en la Antártida.
Una hazaña más para un explorador muy
singular al que todavía le quedan muchas cosas por realizar y que seguro que
algún día también obtendrá el reconocimiento que se merece. Felicidades Ramón.
Ángel Alonso
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