El pasado viernes 18 de abril, se cumplió el duodécimo aniversario de la
muerte, a los 87 años, del explorador noruego Thor Heyerdahl.
Biólogo, geógrafo y antropólogo, el reto de su vida fue el demostrar que,
desde hace más de 5.000 años, los océanos se han constituido en importantes
vías de comunicación entre culturas y civilizaciones.
En contra de la corriente más
extendida que lo encasilla como un aventurero, Thor Heyerdahl fue, ante todo, un
científico que se esforzó en demostrar sus teorías realizando para ello los
experimentos que consideró necesarios y, en la mayoría de los casos, su
laboratorio fueron los océanos del mundo.
Como él mismo dijo en numerosas
ocasiones, nunca buscó la aventura, pero la aceptaba de buen grado cuando le
daba respuestas a las preguntas que se hacía. Para demostrar que, desde tiempos
prehistóricos, las grandes masas de agua unen a la Humanidad y no la dividen,
el doctor Heyerdahl llegó a construir cuatro embarcaciones siguiendo las mismas
técnicas utilizadas por antiguas culturas. En 1947, con la primera y la más
famosa, la Kon-Tiki, consiguió surcar los 8.000 kilómetros que separan
el puerto de El Callao en Perú y las islas de Tuamotu, en la Polinesia, en una
travesía de 101 días. Con esta expedición quiso demostrar que la Polinesia pudo
haberse poblado, principalmente, desde América del Sur en lugar de, como
siempre se había aceptado oficialmente, desde el sudeste asiático.
Más tarde, en 1969, con una
embarcación construida según las técnicas de los antiguos egipcios, la Ra I,
trata de llegar desde África a América pero naufraga cerca de las islas
Barbados en el Caribe. Como, según su criterio, se trataba de un experimento
científico, Thor Heyerdahl se replantea el diseño y la construcción de la
embarcación y llega a la conclusión de que el problema radicaba en la falta de
una gran cuerda que recorriera toda la embarcación para hacerla más compacta.
Con esta mejora y otras pequeñas modificaciones, nace la Ra II con la
que en 1970 parte del puerto de Safi, en Marruecos, y, tras 51 días de
navegación, llega a Bridgetown en las islas Barbados. Quedaba demostrado que
los antiguos egipcios o cualquier otra cultura contemporánea, pudieron cruzar
el Atlántico y llegar a América en otra época muy lejana.
Años más tarde, en 1977, el
doctor Heyerdahl pretende probar la existencia de una posible ruta migratoria
que, hace 5.000 años, habrían usado los sumerios para viajar de Irak al Índico.
Para ello construye con juncos una nueva embarcación a la que asigna el nombre
de Tigris. Sale de Qurna, en Irak, navega por el Valle del Indo y, tras
cinco meses de travesía, vive uno de sus momentos más amargos, porque al llegar
al puerto de Massawa, en Djibouti, decide incendiar la Tigris para
llamar la atención del mundo sobre los graves problemas medioambientales que,
ya por aquellos años, afectaron por primera vez en la historia a los monzones
de la zona. Thor Heyerdahl envió una nota al secretario general de la ONU en la
que denunciaba el aumento del nivel del océano, la existencia de cambios en la
atmósfera, el problema del agujero de ozono y la disminución de la vegetación…
Ya por aquel entonces se estaban cambiando los vientos y, con ellos, las
corrientes oceánicas y el clima. Además Thor Heyerdahl también denunció el que,
por aquellos años, se estaba librando una cruel guerra en Etiopía, en la que
diariamente morían muchas personas y que no parecía recabar la atención de los
países desarrollados… El explorador pedía respeto por la naturaleza y por el
hombre.
Dejando a un lado sus travesías
oceánicas, el científico noruego continuó por todo el mundo con sus estudios y
excavaciones en busca de pistas e información que le permitieran completar el
mapamundi humano de la prehistoria. Autor de un gran número de libros, varios
de ellos auténticos mitos del género, el doctor Heyerdahl recorrió las
universidades y los foros más prestigiosos del mundo exponiendo sus estudios y
teorías sobre las migraciones humanas en la antigüedad, siendo tratado como una
celebridad y recibido con gran consideración por los más altos dignatarios
internacionales.
Es posible que Thor Heyerdahl
haya sido el último gran personaje de una de las épocas más heroicas del mundo
de la exploración que se inició a mediados del siglo XIX y duró hasta la mitad
del XX. Quizás la aportación directa de sus exploraciones al mundo de la
ciencia podría ser que, en la actualidad, se comience a aceptar que el hombre
antiguo se movía y que viajaba mucho más de lo que hasta hace poco se pensaba.
Hoy día ya se empieza a entender como posible la hipótesis de que, desde que el
hombre fue capaz de navegar, hubo un intercambio muy intenso entre los
diferentes pueblos y culturas de la antigüedad.
En lo que se refiere en su
aportación al mundo de la exploración y la aventura, su imagen se agranda con
el paso de los años y todavía tendrá que pasar aún algún tiempo para que su
figura sea considerada en toda su dimensión.
Thor Heyerdahl, que vivió
principalmente en Tenerife durante los últimos años de su vida estudiando las
Pirámides de Güímar, murió en su casa de Italia víctima de un cáncer
incurable y después de haber tomado la decisión de renunciar al tratamiento
para poder, según sus propias palabras, “alcanzar el crepúsculo de forma
natural”. Todavía, hasta poco antes de morir, por su cabeza rondaban muchos
proyectos de nuevas expediciones… Uno de los últimos, “ir tras los pasos de
Odín” siguiendo la pista de una tribu originaria de las orillas del río
Don, que en la antigüedad pudo viajar hasta asentarse en Escandinavia y dar
origen a los vikingos y a toda su mitología… Sería bonito pensar que, al final,
este proyecto se pudiese haber completado y que ahora mismo Thor Heyerdahl se
encontrase descansando en el
Valhala.
Ángel Alonso
No hay comentarios:
Publicar un comentario