Desde la Antigüedad, los hielos
del Ártico siempre han ejercido temor y una viva fascinación en los navegantes
del norte de Europa que, ya en tiempos remotos, osaban internarse con sus naves
allá donde el paisaje se torna blanco y azul.
Sin embargo, quizás debido a los
graves peligros, las deficiencias técnicas y la falta de beneficios económicos
inmediatos, la conquista del Polo Norte tuvo que esperar hasta que se dieran
las condiciones que la hicieran posible. La mejora de las condiciones técnicas
necesarias y la gran repercusión que provocaban en la opinión pública este tipo
de expediciones, patrocinadas en gran medida por los medios de comunicación,
hicieron que el gran momento de la exploración ártica diera comienzo en el
último cuarto del siglo XIX.
Podemos decir que con las
expediciones árticas de esta época da comienzo la aventura moderna,
caracterizada por la sustitución progresiva de los intereses científicos y
militares por el gusto por la aventura y el afán de notoriedad, amplificado por
la prensa. Estas podrían ser las nuevas motivaciones que van a sustituir a las
de los antiguos aventureros, conformando, a grandes rasgos, lo que van a ser
las nuevas aventuras de las próximas décadas.
Nombres como Franklin, Nansen,
Luis de Saboya, Cagni, Admunsen, Johansen, Nobile, Andrée, Peary ó Frederick
Cook, forman parte de la historia de la exploración del Ártico. Nómina a la que
más tarde se unirían otros muchos que, por distintas motivaciones, fijaron sus
sueños y centraron sus energías en llegar a la latitud 90º Norte, punto donde
se unen todos los usos horarios del planeta, el punto sobre el que se sitúa la Estrella
Polar.
Ángel Alonso
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