Declarado por la ONU y que se
celebra hoy en todo el planeta, resulta cuando menos curioso que, a estas
alturas, se tenga un mayor conocimiento de la superficie de Marte que de los
fondos oceánicos de la Tierra, de los que tan sólo se ha cartografiado con
detalle el 5% y se estima que aún falta por identificar el 90% de las especies
que habitan las profundidades.
Mientras que doce personas han
caminado por la Luna, hasta el momento tan sólo tres seres humanos han
conseguido alcanzar el punto de mayor profundidad oceánica, la Fosa de las
Marianas, a casi 11.000 metros bajo las aguas del Pacífico Occidental.
El 23 de enero de 1960, Don Walsh y Jacques
Picard, tras un penoso descenso en el batiscafo Trieste, se posaron en el lecho marino durante veinte minutos a
10.916 metros de profundidad en la fosa de las Marianas. El Trieste no disponía de cámaras, lo que no
impidió que los dos exploradores pudieran contemplar cómo un pez aplastado se
desperezaba del lecho oceánico y desaparecía en la oscuridad.
Después ha habido que esperar 52 años, hasta el
26 de marzo de 2012, fecha en la que el cineasta James Cameron tocó fondo a
10.898,5 de profundidad, a bordo de un sumergible de última generación, el Deepsea Challenger, tras un descenso de
dos horas y media. Cameron permaneció en el fondo casi tres horas.
El abismo marino resulta un entorno hostil,
incluso más que el Espacio exterior, en donde la presión aumenta una atmósfera
por cada diez metros de descenso, por eso son muy pocas las naves que consiguen
llegar más allá de los 4.500 metros de profundidad. Si por alguna causa hubiera
algún problema y el agua consiguiese entrar, nuestro cuerpo sería
inmediatamente destrozado en miles de pequeñísimos fragmentos y nuestra mente
se desintegraría antes de que pudiéramos pensar qué estaba sucediendo.
Por debajo de 70 ó 100 metros la oscuridad es
absoluta. A partir de ahí comienza el medio en el que viven la mayor parte de
los seres vivos que habitan el planeta Tierra, al que tal vez hubiera que haber
puesto el nombre de planeta Agua… Se cree que en los fondos abisales podrían
vivir unos treinta millones de especies de animales, frente al millón y medio
que se calcula que habitan la superficie terrestre.
Las criaturas que pueden encontrarse en las
profundidades oceánicas, pueden superar con creces la imagen más estrafalaria
que seamos capaces de crear en nuestra mente, y las hay que desafían a la
lógica y a la física… En una chimenea submarina a tres kilómetros de profundidad,
al norte de la isla Ascensión, en el Atlántico ecuatorial, unos investigadores
encontraron gambas pegadas a la pared donde las emisiones alcanzaban los 407
grados centígrados, temperatura más que suficiente para fundir el plomo… A
escasos centímetros de la pared, la temperatura descendía bruscamente hasta los
dos grados… Hasta el momento nadie es capaz de explicar como esas gambas son
capaces de mantenerse con vida a una temperatura tan alta y, al instante, tan
baja.
No sabemos qué clase de monstruos pueden
vagar a sus anchas bajo la superficie, ni qué criaturas de tiempos remotos han
sido capaces de resistirse a la extinción adaptándose a las edades de la
Tierra… Quizás sea eso mismo, que los océanos funcionen como neveras en las que
la evolución transcurre más lentamente, preservando a los animales en una
especie de mundo perdido. En cualquier caso no cabe duda de que los océanos
representan la última frontera del mundo de la exploración en el planeta Tierra.
Ángel Alonso
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