Al igual que el “paraguas” de libertad que proporcionan las Fuerzas Armadas, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, o cualquiera de los servidores del Estado que, dentro y fuera de nuestras fronteras, velan por la Seguridad y por alejar los riesgos y amenazas para que la vida de los ciudadanos se pueda desenvolver con la máxima tranquilidad, hay cosas que exigen mucha prudencia y contrapesos del poder que, en Democracia, hay que respetar.
Por eso no es admisible que haya quien intente retrotraernos a tiempos remotos señalando a periodistas y coartando la libertad de prensa. Está todo tan revuelto y manoseado, que alguno pudiera llegar a olvidar que la labor independiente y honesta de los profesionales de la información, constituye la mejor garantía para el mantenimiento de la buena salud de la sociedad y de la Democracia.
Junto con la Justicia y el Estado de Derecho, los Medios de Comunicación establecen los frenos y contrapesos al poder, y, lamentablemente, resulta sorprendente que, a estas alturas, todavía haya que recordar a algunos Gobiernos la necesidad y obligación, de respetar la labor periodística y que ésta se desarrolle en completa libertad y con la máxima transparencia.
De todos es sabido que, en épocas de dificultad, se necesita la visión profesional de los informadores para distinguir la verdad de la mentira y que una democracia es más fuerte cuantas menos dificultades se ponga a la libertad de prensa, y a la ética y objetiva labor de los periodistas.
Ya no son hechos aislados y la desvergüenza e impunidad con la que se manejan algunas formaciones políticas, empiezan a recordar a pasados movimientos totalitarios, de muy triste memoria.
Cuando faltan los argumentos y la capacidad de gestión, los radicalismos siempre acaban atajando por el camino de la imposición y una de sus primeras víctimas es la libertad de prensa y la libertad de expresión.
Cuando el objetivo es destruir los cimientos y la cohesión sobre los que se construye la sociedad, comprometiendo su sistema de derechos y libertades, para cambiar el régimen y el modelo democrático vigente y, al precio que sea, acabar decidiendo sobre personas y territorios, resulta de gran ayuda potenciar aquellos medios afines, al servicio de la causa, y, al mismo tiempo, tratar de dificultar al máximo la labor de aquellos que, en medio de la adversidad, mantienen la ética profesional y, responsablemente, continúan informando, con objetividad, de la verdad.
El discriminar o el vetar a los medios
críticos es un claro síntoma de totalitarismo y de ausencia de transparencia… Y
un oscuro y bochornoso horizonte para nuestro sistema democrático…
Ángel Alonso
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