Puede que no resulte casual que, desde hace tres años a esta parte, en ámbitos internacionales cada vez se cuestione con mayor frecuencia sobre si España es ya un Estado fallido o todavía no. Para tristeza nuestra, la realidad sobre la percepción que tienen de nosotros desde fuera se reduce a eso: o somos ya un Estado fallido o estamos camino de serlo… Afortunadamente todavía se mantiene esa división de criterio gracias a la gran imagen que, como pueblo, los españoles mantenemos en el exterior.
Si nos atenemos a una definición básica de Estado fallido, podríamos decir que “es aquel Estado soberano que falla en el ejercicio de sus funciones básicas y esenciales, y que se caracteriza por su fracaso político, económico, social y de seguridad”.
A ello contribuye una situación política demasiado inestable, el bajo nivel de la clase política y su déficit de experiencia y formación, la falta de consenso entre Gobierno y oposición, la falta de transparencia y la mala gestión de la pandemia, la preocupante situación económica, la colonización y control, por razones políticas, de todos los estamentos del Estado y empresas públicas, el cuestionamiento y ataques a la Monarquía y al Poder Judicial, la tolerancia y las cesiones a los separatismos vasco y catalán, y la dependencia de los partidos nacionalistas para la supervivencia del propio Gobierno…
A ello se suma la irrelevancia en el concierto internacional y, de facto, la ausencia de Diplomacia Exterior. Factores que señalan la debilidad de un Gobierno que propicia el cuestionamiento y las amenazas a su soberanía, tanto interior, en sus propios territorios, como de sus actuales fronteras.
Otra percepción internacional hacia España es que aquí el populismo lo ha contaminado todo, convirtiendo la política en un gran escenario de demagogos, poniendo como últimos ejemplos de ello el intento de someter a los jueces y la actual maniobra, con campaña de blanqueamiento incluida, para la concesión de los indultos a los condenados por el intento de golpe de Estado en Cataluña.
La cosa no pinta bien y resulta muy preocupante que, además de Estados Unidos, Europa también perciba a España como un posible Estado fallido en plena deriva totalitaria… La preocupación en la Comisión Europea es máxima y Europa se perfila como la tabla de salvación que le queda a España para no ver mermadas sus libertades.
En Europa no se entiende que se trate de aplastar la Constitución mientras se acusa a la oposición de no cumplirla… Y tampoco se fía de quien ya ha demostrado en suficientes ocasiones que es un político sin palabra y alérgico a la rendición de cuentas.
Además, existe una gran reticencia europea a la transferencia de fondos por considerar que el Ejecutivo español, en general, no está bien preparado para gestionar y por desconfianza a que esos recursos no vayan adonde deban ir y acaben atendiendo a otros fines distintos a los de modernizar y recuperar la economía.
Estado fallido o todavía no, el caso es que España se ha convertido en un serio problema para la Unión Europea y para sus aliados tradicionales en la Comunidad Internacional. Ni somos de fiar, ni aportamos nada y desplegamos una habilidad especial para crear problemas donde no los hay… Lo que está meridianamente claro para todos, es que la solución solo puede comenzar con la convocatoria de Elecciones Generales…
Mucho nos tememos que aún habrá que
esperar… y se nos va a hacer muy largo.
Ángel Alonso
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