A estas alturas ya no debería de sorprender a nadie que la imagen de España cotice alarmantemente a la baja en la Comunidad Internacional… Como diría un castizo, cada vez pintamos menos en el concierto de las naciones del mundo y, poco a poco, estamos siendo empujados al limbo de los países irrelevantes. Una prueba de ello es que, dos meses después de haber sido investido, el nuevo presidente de los Estados Unidos parece que aún no ha encontrado cinco minutos para realizar una simbólica llamada de cortesía a nuestro inquilino del Palacio de La Moncloa…
Puede parecer de Perogrullo, pero los devaneos en política exterior y la falta de liderazgo en la interior, siempre son penalizados y, a menudo, se pagan a un precio muy alto… Las Relaciones Internacionales se cultivan durante décadas, se entrecruzan intereses, se establecen canales de colaboración y, en definitiva, se afianza la confianza entre los países… El paso siguiente en las relaciones son los convenios bilaterales y la consideración mutua de países aliados… lo que se traduce en ventajas, supresión de barreras e intercambio de información…
Pero lo que cuesta muchos años y una sucesión de gobiernos siguiendo unas directrices y unos objetivos muy definidos, se puede ir al traste en cuestión de meses cuando, por una de las partes y quizás por un cúmulo de malas decisiones, se dilapida la confianza generada con el tiempo y con mucho esfuerzo y, en un momento aciago, se pasa a ser un país que ya no es de fiar…
Como es de suponer, esa falta de confianza se puede contagiar rápidamente al resto de países del entorno y, en un instante dado, la nación que descuida su imagen se queda sola, como se suele decir, pasando mucho frío y, por debilitada, expuesta a las agresiones de otros países, que pescan en río revuelto y que buscan desestabilizar para favorecer sus oscuros intereses.
En esta última línea parece demostrado que el utilizar las instituciones del Estado para hablar mal de tu propio país, no ayuda mucho a fortalecer la imagen exterior y la confianza en tu nación… El poner en cuestión la calidad democrática o el exportar la idea de un latente guerra-civilismo, motivado por un presunto avance sin parangón de un imaginario fascismo que “hay que detener a cualquier precio”, resulta previsible adivinar que no ayuda mucho a atraer inversiones, ni a levantar simpatías más allá de nuestras fronteras…
También es posible que el alinearse con amistades poco recomendables en el concierto internacional, rebaje la confianza y levante suspicacias en los que, se supone, son los aliados tradicionales… Y quizás tampoco ayuden mucho las malas gestiones o la administración arbitraria con ausencia transparencia…
Y
puede que no debiera de extrañar a nadie que cuando el sectarismo radical lleva
al esperpento de intentar borrar de la memoria a los grandes personajes y a los
héroes históricos de una nación, se empobrece la autoestima y el orgullo
colectivo, y se rebaja el sentimiento patriótico, lo que acaba propiciando la
pérdida del respeto y el ninguneo de la Comunidad Internacional.
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