Se acaba enero y la cosa no arranca… Pensábamos que no habría nada peor que el 2020, pero la verdad es que lo que llevamos de 2021 lo está mejorando.
Por supuesto que debemos ser moderadamente optimistas y pensar que, en algún momento, las crisis que tenemos abiertas comenzarán a resolverse… Pero la verdad es que el panorama que tenemos ante nosotros no anima mucho.
El futuro inmediato no pinta bien y, no nos engañemos, el futuro a más largo plazo tampoco. Se está aplicando a rajatabla uno de los principios de la ley de Murphy: “Si una cosa es susceptible de empeorar, empeorará”. A ello parecen emplearse con dedicación entusiasta nuestros gobernantes, con la colaboración nada desdeñable de una naturaleza que reclama un inhabitual protagonismo y la aparición estelar de una pizca de mala suerte que se empeña en acompañarnos durante estos últimos años.
Llegados a este punto cabría preguntarse si preferimos una versión edulcorada de la realidad, por aquello de no alarmar, o, por el contrario, somos partidarios de conocer la verdad, por dura que sea, y que cada uno se prepare para aguantar el golpe como buenamente pueda… En mi caso lo tengo claro, pero seguro que cada uno tiene su preferencia…
El crear falsas esperanzas, el anunciar cosas que no se cumplen o el minimizar los problemas, tan solo conduce a la frustración, el desapego y la melancolía… A lo que hay que añadir la desconfianza y la perdida de credibilidad hacia aquellos que deberían irradiar lo contrario…
Dicen los marinos que “en medio del temporal es cuando se conoce al mejor piloto”, es decir, aquel que aferrado a la rueda del timón sortea el oleaje o evita que el navío se estrelle contra las rocas… Desde luego no podríamos extrañarnos de que, en alguna circunstancia se viese superado y no tomase las decisiones acertadas… Pero lo que sí debería de extrañar es que, con riesgo a naufragar y con las vidas de abordo en peligro, el piloto superado se negase a ser relevado y, contra viento y marea, se aferrase al timón sin más propósito que seguir aferrado al timón, ajeno a una realidad que amenaza con acabar con todos en el fondo del mar, sin dar la oportunidad a que otro piloto, con desgaste y pericia, fuese capaz llevar la nave a buen puerto.
Pues eso… El que no sepa, que vaya
aprendiendo a nadar…
Ángel Alonso
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