Vivimos tiempos convulsos, de hartazgo y
de frustración, en donde el enfrentamiento a cuenta de cualquier cosa se ha
instalado entre nosotros y el tradicional odio
cainita español, contra el que ya creíamos estar vacunados, está empezando
a “asomar las orejas” y eso no me gusta…
Aunque ya hoy se pone todo en duda y no
hay valores, ni principios, ni creencias, que resistan un programa de
televisión, todavía me considero una persona sensata, creo que mínimamente
formada y, al menos hasta ahora, con dosis suficientes de sentido común para
solventar las vicisitudes habituales a las que puede someternos una vida que
podríamos calificar como normal… A decir verdad y para no pecar de falsa
modestia, debo confesar que, en ocasiones, mi trayectoria vital me ha llevado a
situaciones en las que he tenido que tirar de experiencia y de todos mis
recursos intelectuales, formativos, morales y espirituales, para intentar salir
airoso…
Por acierto o fortuna, la mayoría de las
veces conseguí resolver la situación, pero lamentablemente también hubo
ocasiones, muchas, en las que, por equivocación, falta de análisis, poca
preparación o manifiesta incapacidad, he fallado y he tenido que pagar un
precio muy alto por mis errores… Pero de aquellos desaciertos siempre intenté
sacar la parte positiva y la enseñanza suficiente como para, en el futuro,
evitar volver a tropezar en la misma
piedra…
Primero debido a la educación recibida en
mi entorno familiar y, después, gracias a mi formación profesional, llevo en mi
interior un código deontológico, ni mejor ni peor que el de nadie, que intento
me guíe en casi todas las ocasiones… Pero es precisamente por ese condicionante
por lo que a veces sufro y vivo contrariado al comprobar en el día a día, que
no todos los que debieran tiran de un código deontológico, al menos básico o
elemental, para guiar sus acciones, lo utilizan o disponen de él. Cabe la posibilidad de que sí tengan y hagan uso
de su propio código deontológico, pero en este caso los resultados dejarían en
evidencia su formación y que carecen de la suficiente experiencia y de los recursos
necesarios para desarrollar la labor que pretenden realizar.
Por las consecuencias que pueden acarrear
los hechos que realizan estas personas, se podría deducir que: o carecen de
escrúpulos; o su ignorancia y falta de preparación les debería de haber
inhabilitado antes de acceder a donde están… A menudo la realización de
acciones de consecuencias imprevisibles acaba generando sufrimiento, tanto a los
que se dejan embaucar, como a las gentes cuyo objetivo es vivir tranquilos,
sacando a su familia adelante, siendo respetuosos con su condición de
ciudadanos y contribuyendo al bien común…
Y es precisamente esa falta de
responsabilidad en determinados individuos de nuestra sociedad, a los que
considero personajes tóxicos, lo que me “cabrea…” Llevo muy mal la mentira, el
egoísmo, la ambición desmesurada, la mediocridad, la poca calidad humana, el doble rasero, el oportunismo, el adanismo, el sectarismo, el populismo,
el todo vale… Pero si hoy tuviese que
destacar algo que me revuelva especialmente, eso sería la manipulación… Por
ejemplo, no soporto sentarme a ver en la tele un supuesto programa de entretenimiento,
de máxima audiencia, y que aparezca un impresentable aprovechado “comiéndole el
coco a la gente” en beneficio propio y de quien le sostenga…
Espero estar de mejor humor en otra
ocasión… Gracias por seguirme,
Ángel
Alonso
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