En realidad, tengo la sensación de que
llevamos de Carnaval todo el año… Solo hace falta echarle un vistazo a la murga independentista catalana, a la chirigota permanente en el Congreso de
los Diputados, a la comparsa de la reforma
de la Ley Electoral o a la rondalla
de la memoria histórica… Sinceramente creo que, si hay un disfraz con
posibilidades de triunfar este año, es el de persona seria y normal…
Después de asistir a “lo bien que se lo
pasan” los carnavalescos personajes del panorama nacional, viene muy bien e
incluso pueda resultar “saludable”, aparcar por unos días a los actores
habituales y lanzarnos a las calles a intentar disfrutar, cuando en realidad lo
que estamos es hartos de muchas cosas… Pero precisamente de eso se trata en
Carnaval… De desprendernos de nosotros mismos, aunque sea durante efímeros
momentos, y ser lo que nos dé la gana… Solo hace falta un disfraz y ganas de
divertirse…
A los que, llegados a este punto, han
elegido para estos días “apoltronarse en el sofá y ver la tele”, les sugiero
que echen un vistazo a mis últimas publicaciones y seguro que lo van a pasar
muy bien… Pero a los que se hayan decidido por la opción “disfraz y divertirse”,
mi recomendación en este caso, indudablemente, debe de ir encaminada hacia el
Carnaval de Santa Cruz de Tenerife…
Por las vicisitudes de la vida, tuve el privilegio
de conocerlo en 1987 y desde el primer momento tuve que rendirme a él… Nunca
había visto una cosa igual… Ni creo que lo vuelva a ver, ni mucho menos a vivir…
Recuerdo que el motivo central era el
Antiguo Egipto… Esto del “motivo central” trata principalmente de la temática
con la que decoraba el gigantesco escenario que se situaba en medio de la Plaza
de España de la capital santacrucera… Esto animaba a muchos a que su disfraz
fuese en la misma línea y resultaba muy gracioso, y a otra gran mayoría no les
influenciaba lo más mínimo y resultaba más gracioso todavía… Ya el simple hecho
de pasear por las calles abarrotadas de miles y miles de “mascaritas” (personas
disfrazadas), moviéndose como buenamente pueden, al son de una mezcla de ritmos
con los que resulta imposible contener los pies, es por sí misma una
experiencia inimitable que justificaría un viaje para disfrutarla… Es la
escenificación palpable de la fiesta popular por excelencia, vivida en plena
calle, con ganas de pasarlo bien, y en donde el que “desentona” es el
despistado que no ha tenido la previsión de disfrazarse…
Pero lo que realmente me cautivó y,
lamento, seguramente no volveré a disfrutar jamás, fue el gozar en vivo y en
directo del mayor baile multitudinario en la calle de la historia de humanidad,
cuando en la noche del lunes de Carnaval más de 100.000 personas nos movíamos
al mismo son… Al que marcaba la grandísima, recordada, y por entonces
incombustible, Celia Cruz…
Aquel baile popular aún continúa en el Guinness (el libro de los récords), y en
mi memoria… Fue una experiencia mágica en la que, a pesar de haber tanta gente,
nadie se metía con nadie, todos éramos felices pasándolo muy bien y, además,
tuve la fortuna de vivir algo maravilloso que, ya en aquel preciso instante, apuré
al máximo porque sabía que no podría repetir nunca más…
Lógicamente los tiempos han cambiado y seguro
que también los carnavales… Pero creo que siempre merecerá la pena, al menos
durante un par de días, quitarnos el disfraz de la vida cotidiana, olvidarnos
de los “petardos” de la escena nacional, y salir a buscar nuestro momento
mágico en Carnaval… Lo que en este momento lo hace más difícil es que Celia
Cruz ya no está…
Ángel
Alonso
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