viernes, 9 de febrero de 2018

Comienza el Carnaval


En realidad, tengo la sensación de que llevamos de Carnaval todo el año… Solo hace falta echarle un vistazo a la murga independentista catalana, a la chirigota permanente en el Congreso de los Diputados, a la comparsa de la reforma de la Ley Electoral o a la rondalla de la memoria histórica… Sinceramente creo que, si hay un disfraz con posibilidades de triunfar este año, es el de persona seria y normal…


Después de asistir a “lo bien que se lo pasan” los carnavalescos personajes del panorama nacional, viene muy bien e incluso pueda resultar “saludable”, aparcar por unos días a los actores habituales y lanzarnos a las calles a intentar disfrutar, cuando en realidad lo que estamos es hartos de muchas cosas… Pero precisamente de eso se trata en Carnaval… De desprendernos de nosotros mismos, aunque sea durante efímeros momentos, y ser lo que nos dé la gana… Solo hace falta un disfraz y ganas de divertirse…

A los que, llegados a este punto, han elegido para estos días “apoltronarse en el sofá y ver la tele”, les sugiero que echen un vistazo a mis últimas publicaciones y seguro que lo van a pasar muy bien… Pero a los que se hayan decidido por la opción “disfraz y divertirse”, mi recomendación en este caso, indudablemente, debe de ir encaminada hacia el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife…

Por las vicisitudes de la vida, tuve el privilegio de conocerlo en 1987 y desde el primer momento tuve que rendirme a él… Nunca había visto una cosa igual… Ni creo que lo vuelva a ver, ni mucho menos a vivir…

Recuerdo que el motivo central era el Antiguo Egipto… Esto del “motivo central” trata principalmente de la temática con la que decoraba el gigantesco escenario que se situaba en medio de la Plaza de España de la capital santacrucera… Esto animaba a muchos a que su disfraz fuese en la misma línea y resultaba muy gracioso, y a otra gran mayoría no les influenciaba lo más mínimo y resultaba más gracioso todavía… Ya el simple hecho de pasear por las calles abarrotadas de miles y miles de “mascaritas” (personas disfrazadas), moviéndose como buenamente pueden, al son de una mezcla de ritmos con los que resulta imposible contener los pies, es por sí misma una experiencia inimitable que justificaría un viaje para disfrutarla… Es la escenificación palpable de la fiesta popular por excelencia, vivida en plena calle, con ganas de pasarlo bien, y en donde el que “desentona” es el despistado que no ha tenido la previsión de disfrazarse…

Pero lo que realmente me cautivó y, lamento, seguramente no volveré a disfrutar jamás, fue el gozar en vivo y en directo del mayor baile multitudinario en la calle de la historia de humanidad, cuando en la noche del lunes de Carnaval más de 100.000 personas nos movíamos al mismo son… Al que marcaba la grandísima, recordada, y por entonces incombustible, Celia Cruz…

Aquel baile popular aún continúa en el Guinness (el libro de los récords), y en mi memoria… Fue una experiencia mágica en la que, a pesar de haber tanta gente, nadie se metía con nadie, todos éramos felices pasándolo muy bien y, además, tuve la fortuna de vivir algo maravilloso que, ya en aquel preciso instante, apuré al máximo porque sabía que no podría repetir nunca más…

Lógicamente los tiempos han cambiado y seguro que también los carnavales… Pero creo que siempre merecerá la pena, al menos durante un par de días, quitarnos el disfraz de la vida cotidiana, olvidarnos de los “petardos” de la escena nacional, y salir a buscar nuestro momento mágico en Carnaval… Lo que en este momento lo hace más difícil es que Celia Cruz ya no está…

Ángel Alonso

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