Digamos que hace tan sólo unos días que
dejé la actividad en la empresa a la que he dedicado más de cuarenta años… La
despedida fue muy emotiva y las sensaciones se amontonaron en mi interior,
aliñadas en abundancia con un sentimiento agridulce… Dicen que uno empieza a
morir desde el momento en el que se nace y que la vida está jalonada de
pequeños decesos hasta llegar a la muerte definitiva… Pues bien, con este
cambio tuve un nuevo fallecimiento parcial que añadir a la lista y no
precisamente pequeño…
El caso es que siempre, después de un
acontecimiento o de una experiencia traumática, llega el día siguiente en el
que afrontamos la continuidad de nuestras vidas… Lo normal es que, cuando llega
ese momento, sea una experiencia positiva marcada por la esperanza y una
placentera sensación de tranquilidad… La situación demanda instantes de
intimidad en los que la reflexión y la puesta al día de nuestra existencia, se
combinan con fugaces planes de futuro que, en ocasiones, no van más allá de la
realización de pequeñas cosas que, posiblemente, habíamos dejado olvidadas,
pero que en esos momentos recuperan su gran importancia para nosotros…
Llevado al extremo, evidentemente no puede
haber experiencia más traumática que el haber estado a punto de perder la vida
y haberla salvado en el último instante… El estar entregado al fatal desenlace
de precipitarse al vacío desde una pequeña cornisa en las alturas de una
montaña y ser sujetado, y puesto a salvo, justo antes de caer… El perderse sin
remedio en el interior de una fuerte ventisca de nieve y ser encontrado cuando
el cansancio y el frío impiden dar un paso más… El comprobar que el paracaídas no
funciona y al final conseguimos abrir el de emergencia cuando el suelo se
acercaba alarmantemente hacia nosotros… O también cuando, por ejemplo, sufrimos
un infarto y nuestro cerebro comienza a funcionar a toda velocidad, haciendo
que parezca que todo transcurre a nuestro alrededor a cámara lenta…
Es al salir de este tipo de situaciones
cuando tomamos conciencia de nuestra fragilidad y aprendemos a distinguir lo
verdaderamente importante de lo que no lo es tanto… Comenzamos a priorizar y valoramos
la compañía, viviendo cada momento como algo único que jamás se volverá a
repetir… Tal vez debido a la alta liberación de adrenalina y el lógico
agotamiento tras sufrir una experiencia cercana a la muerte, en las horas
posteriores nos invadirá una extraordinaria sensación de tranquilidad, que nos
pondrá en paz con el Universo y, especialmente, con nosotros mismos,
haciéndonos replantear nuestra vida y el sentido de quienes somos, y lo que
hacemos…
Siempre funciona de la misma manera y
podemos estar seguros de que, si alguna vez superamos una situación límite, la
experiencia nos hará mejores y disfrutaremos más de las pequeñas cosas… Aunque
las nubes nos impidan ver las estrellas, nunca volveremos a contemplar un cielo
tan espectacular como el de esa primera noche… Y jamás volveremos a saborear
con tanto deleite una primera cerveza, aunque esté caliente… En todo este tipo
de experiencias siempre morimos un poco, pero también son puntos de inflexión
en los que volvemos a reinventarnos y, en cierta forma, con las luces del amanecer,
reaparecemos renacidos y dispuestos para afrontar el primer día del resto de nuestra vida…
Ángel
Alonso
Pues a comerse el resto de la vida!!!!!
ResponderEliminarSi, cada día, no lo afrontasemos con esa actitud, como el primero del resto, como el punto de inflexión, como un nuevo comienzo, como una nueva oportunidad, o como una nueva meta, es que hemos dejado de estar vivos.
ResponderEliminarEl resto de nuestra vida pasada, se llama experiencia.