Confieso que la primera vez que pisé la
selva ecuatorial africana me llevé una pequeña decepción… Puede que en mi
imaginario, aquel entorno apareciese como un lugar idílico con gran abundancia
y diversidad de animales de los que uno espera encontrarse en una selva… Pero
no… Además de insectos de todo tipo, lo que realmente allí abundaban y se
dejaban ver sin pudor, eran las ratas…
Vale que a la vista no resultaban tan
desagradables como la rata común que habita en las ciudades, pero al fin y al
cabo eran unos bichos enormes y yo odio a las ratas… De hecho las tengo una fobia
aterradora, pero allí estaba yo caminando por la selva, siguiendo los pasos de
mi guía George, manteniendo el tipo y tratando de que no se me escapase ningún
gesto de desagrado cuando miraba hacia atrás y contemplaba como una formación
de ratas avanzaban detrás de nosotros, con banda y música al frente…
En esas estábamos, en medio de la
frondosidad vegetal y escuchando todo tipo de sonidos de animales, al parecer,
mucho más tímidos que nuestras improvisadas compañeras de expedición, cuando se
me ocurrió preguntarle a George por cuál creía que era el animal más peligroso
de la selva… Mientras esperaba una respuesta a viva voz, en la que George me
desvelara alguna especie próxima a la cúspide de la pirámide alimenticia, mi buen guía se limitó a señalar el suelo en
donde creí vislumbrar un par de hormigas que se movían sin rumbo fijo aparente…
¿Hormigas?... Le pregunté y
George me confirmó… “Al menos aquí en la
selva, no hay animal más peligroso que las hormigas rojas… Ya lo verás, tendrás
la oportunidad de comprobarlo por ti mismo…” Efectivamente… Tan sólo hubo
que bordear un par de pozos de arenas movedizas y atravesar una pequeña zona
pantanosa, para llegar a un paso obligado que estaba invadido por un intimidador
arroyo de color rojizo que, en lugar de agua, transportaba un agitado cauce de
infinidad de hormigas que, en un ritmo frenético, avanzaban en los dos sentidos…
Para añadir mayor dramatismo a la escena,
un pájaro solitario de tamaño medio, seguramente ebrio tras la ingesta de algún
fruto capaz de producir esos efectos, no calculó bien y fue a aterrizar, medio
atontado, justo en el centro de aquel caudal de hormigas que, entre estertores,
engulló vivo a aquel desafortunado pájaro del que tan sólo quedaron los huesos limpios
en cuestión de pocos minutos…
“Si
te duermes y te localizan, pueden hacer contigo lo mismo que con ese pájaro… En
realidad pueden acabar con cualquier ser herido o descuidado, por grande que
sea… Por eso la hormiga roja es el animal más peligroso de la selva…” Dijo
George… Y para confirmar lo que ya me estaba temiendo, continuó… “Ahora tenemos que saltar…”
…Y después de combinar saltos de personas
con lanzamientos de bultos y mochilas, conseguimos pasar al otro lado del cauce
de hormigas, en donde nos apresuramos a sacudirnos los unos a los otros a
aquellas que, no sabemos cómo, habían conseguido adherirse a nuestra ropa…
Menos mal que era de día, porque se me antoja que, de transitar por la noche,
cualquiera podría meterse sin darse cuenta en medio de las hormigas con el
consiguiente trágico final…
Lo bueno de aquello es que, al menos, las
ratas que venían detrás de nosotros no se atrevieron a cruzar… Lo malo es que,
al cabo de un rato, otro grupo de roedores localizó nuestro rastro y se volvió
a organizar una nueva procesión de ratas… En ese momento recordé que de niño
soñaba con vivir en la selva como Tarzán… De haberlo sabido hubiera puesto más
énfasis en lo de fugarme con el circo o en lo de hacerme astronauta…
Ángel
Alonso
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