A menudo la Historia está
llena de proezas y de hazañas impulsadas por grandes líderes.
Siempre detrás de las grandes
páginas de la exploración han existido una o varias personas que han asumido el
reto y la responsabilidad de internarse, en solitario o al frente de un grupo
de hombres, en territorios desconocidos y a menudo hostiles, en busca de nuevas
tierras, desconocidas rutas o tras destacados objetivos geográficos o deportivos.
¿Pero cuáles serían las
cualidades más comunes de un buen líder? En primer lugar tiene que ser una
persona experimentada, con cierto nivel moral e intelectual, responsable de sí
mismo y de sus hombres, con poder de decisión, capaz de prevenir los riesgos y
de anticiparse a las adversidades.
Un buen líder tiene que tener
siempre claro el sentido último de su viaje, por ejemplo, devolver a sus
hombres sanos y salvos a casa… También, de entre sus virtudes, deben de figurar
la humildad y flexibilidad suficiente para, en un momento dado, ser capaz de
abandonar la misión original y cambiar hacia un nuevo objetivo.
Durante el desarrollo de
cualquier expedición que se precie, el líder defenderá y mimará a ultranza el
concepto de equipo, como única realidad comunitaria capaz de aumentar las
posibilidades de éxito y de supervivencia ante las dificultades.
Buenas dotes de organización,
capacidad para dirigir, sentido del humor, promover la celebración de los
pequeños éxitos, el afrontar los problemas de cara… Constancia, perseverancia y
sentido de la disciplina… Y, también, el ser capaz de fomentar entre los
expedicionarios valores tan sublimes y edificantes como la camaradería, el
respeto, la confianza mutua y la naturalidad, conformarían el perfil de la persona
que todos quisiéramos tener con nosotros en las situaciones difíciles.
Ángel Alonso
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