Después de un día terrible, en el que la
naturaleza nos había castigado con una ración especial de viento, frío y nieve,
y mientras, aprovechando la noche, tratábamos de reponernos física y
anímicamente en el Campamento Elena, tras el intento fallido de alcanzar la
cumbre del Pico Margarita, situado en el Macizo del Ruwenzori, también conocido
como Las Montañas de la Luna, la
puerta del refugio se abrió y la figura afligida de uno de nuestros porteadores
se adentró en el habitáculo llamándome en medio de la oscuridad…
Revolviéndome en el saco de dormir y
mientras me incorporaba echando mano de la linterna, pregunté por la causa de
aquel pequeño alboroto a horas tan intempestivas de la madrugada… Rápidamente
fui puesto al corriente del estado de George, nuestro guía en aquella
expedición y uno de los hombres más respetables que he tenido la oportunidad de
conocer…
George sufría de la llamada ceguera de las nieves, algo
tremendamente doloroso que afecta a los ojos y que personalmente tuve la
ocasión de padecer en primera persona durante un anterior viaje por el
Himalaya… Le traté como pude y conseguí aliviar un poco su dolor, pero lo que
realmente le ayudó fue mi esfuerzo por tranquilizarlo… Sobre su recuperación y,
aunque parezca mentira, por el hecho de empeñar mi palabra tras desplegar mi
capacidad de liderazgo (poca, mucha o regular), tratando de convencer al propio
George y al resto de sus compañeros que, en ningún caso y bajo ninguna
circunstancia, íbamos a dejar a nadie en la montaña… Ni a George, ni a nadie…
Aquello me impactó… ¿Cómo puede alguien
que se considere humano abandonar a su suerte a otro ser humano en medio de un
entorno tan hostil como lo es la alta montaña devorada por una selva africana inmisericorde
llena de peligros mortales?... Pues ocurría…
Sabía de su práctica en el Himalaya, en
donde alguna expedición sin escrúpulos había abandonado a quien, por distintas
circunstancias, ya no era capaz de seguir prestándoles servicio… Pero una cosa
es tener conocimiento y otra es vivir la súplica de los compañeros de George
para que no le dejáramos allí e incluso escuchar al propio George tratando de
convencerme de que, aún ciego, todavía podía ser de mucha utilidad para la
expedición…
Por mucho que nos escandalicemos y por
muy lejana que nos resulte esta experiencia, no debería de sorprendernos que
personas tan desalmadas como las mencionadas anteriormente, fieles seguidores
del “fin justifica los medios” o de
que “los sacrificios están justificados
si ayudan al bien común”, son más frecuentes de lo que pensamos…
Está claro que “el fin” siempre es su interés propio, al precio y a costa de quien
sea… Y ungidos así mismos de una designación “casi divina” que les impregna de
una “autoridad incuestionable” para saltarse las normas a su conveniencia y
para decidir, según ellos, “a quien tienen que sacrificar y a quien no”, que
“los que están conmigo son los buenos y el resto son los malos” y que alcanzar
lo que ellos entienden como “el bien
común” lo justifica absolutamente todo, estos individuos siempre consiguen
rodearse de seguidores y secuaces agradecidos, y acaban rompiendo la armonía,
la convivencia y la productividad en cualquier empresa, grupo, estamento o
sociedad que se precie…
La historia siempre se repite y los
patrones de conducta también y, evidentemente, “el bien común” siempre acaba siendo “el suyo propio…” Seguro que todos hemos conocido a alguien o
todavía sufrimos cerca de nosotros a indeseables que, perfectamente, encajarían
en el perfil… Yo personalmente hace no mucho tuve como jefe a una de las peores
personas que he tenido la desgracia de conocer y que atesoraba con generosidad
los principales requisitos para, llegado el caso, “abandonar y sacrificar a los George de a pie y guías reconocidos de la
Expedición Vida Misma…”
Pero si, en algún momento, pudiéramos
creer que tenemos la fortuna de no reconocer a nadie con este perfil, a modo de
ejemplo propongo que, por un momento, pongamos nuestra mirada en lo que ahora
mismo está pasando en Cataluña y preguntémonos si nos apetecería aventurarnos
en una expedición a Las Montañas de la
Luna con cualquiera de los pintorescos personajes empeñados en realizar, sí o sí, el ilegal referéndum…
La esperanza es que siempre habrá
mayoría de gente noble, buena y normal, con la suficiente humanidad para no
abandonar ni sacrificar a nadie… Por muy difícil que a veces nos lo pongan…
Ángel
Alonso
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