No hace falta ser un sabio oriental para darse cuenta
de que no existe mayor aventura que la vida misma…
Nacemos en el seno de la familia que nos toca y que no
elegimos… Iniciamos nuestra incorporación al mundo aprendiendo la educación que
nos dan y ya, desde ese momento, comenzamos a percibir estímulos y experiencias
que van impregnando nuestra inteligencia y nuestro espíritu.
Seguimos avanzando por el sendero de la vida misma y
llegamos al punto en el que, lo queramos o no, nos hacemos adultos y nos
incorporamos al gran mundo con nuestra colección de pertrechos morales e
intelectuales y, con esos mimbres, debemos de organizar lo que se supone que
será el resto de nuestra vida.
Mayormente tomaremos nuestras propias decisiones pero,
otras veces, habrá quien decida por nosotros. También habrá quien realice su
paso por la vida en solitario y, otros muchos más, compartirán parte de la
expedición con su pareja, familiares y amigos.
Porque no tenemos otro remedio, día tras día se nos
exigirá y deberemos dar lo mejor de nosotros para subir el Everest de cada
final de mes, atravesar el desierto de conseguir una vivienda, vadear los
peligrosos pantanos de la pobreza, caminar por la selva de las oportunidades
desafiando al peligro y, lamentablemente, también habrá quien tenga que luchar
por sobrevivir, día a día, en medio del ambiente hostil de los malos tratos o
de cualquier otro tipo de discriminación.
Lo que sí es seguro es que, al final, todas las
expediciones “vida misma”, antes o después acabarán en el mismo punto de
destino… Por eso, lo importante es el camino a recorrer y que, sabedores del
final, intentemos disfrutar intensamente de lo bueno y nos esforcemos en
superar las adversidades para seguir siempre hacia delante…
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