Una humilde página de un inolvidable recorrido
por las estepas de Gengis Khan.
Hasta el momento, no había
conocido un clima tan radical como el de Mongolia. Al mediodía estamos
alcanzando los treinta y ocho grados y, por la noche, el termómetro desciende a
menos de quince bajo cero. En pocas horas, una diferencia de temperatura de más
de cincuenta grados que hace que el cuerpo mantenga una sensación extraña durante
todo el día.
Como nos estamos levantando al
amanecer y hace un frío horroroso, he optado por el sistema de la cebolla:
inicio el día con varias capas de ropa y luego me las voy quitando hasta
quedarme con lo mínimo y terminar bañándome en el río más próximo, para, al
inicio de la tarde, poner en marcha el proceso en sentido inverso e irme
colocando ropa, hasta acabar nuevamente como el muñeco de Michelín.
Estamos en Terelj, un
lugar de interminables estepas, al norte del desierto de Gobi y al sur de los
grandes lagos en donde se inicia la tundra. Aquí la altitud media es de casi 2.000 metros , por lo
que, aunque a lo lejos, hacia el norte, se intuyen altas y, a la vez, suaves
montañas, apenas percibimos su desnivel… Sin duda la suma de todos los factores
contribuye a que el clima sea tan riguroso.
A decir verdad, en esta parte del
mundo tan sólo hay dos estaciones: la primavera y el invierno. Y además, con
bastante desproporción con respecto a su duración. Aquí la primavera empieza a
finales de abril y es interrumpida por las primeras nieves a principios de
septiembre.
Cualquier intento de algún
vegetariano por sobrevivir en este lugar acabaría en fracaso. Aquí es
prácticamente imposible cultivar nada comestible. Esta es tierra de pastos y de
nómadas. En este lugar del mundo se vive de los rebaños de yaks, caballos,
camellos o cabras, y de la caza que se consigue en disputa con los lobos.
Venir hasta aquí ha sido como
iniciar un viaje hacia atrás en el túnel del tiempo… El paisaje y el modo de
vida de estas gentes permanecen, prácticamente, inalterables desde los tiempos
en los que Gengis Khan unificó a sus hordas y, a lomos de sus pequeños pero
fuertes caballos, desde por aquí se lanzaron a la conquista del mundo conocido.
Una magnífica puesta de sol da
paso a un cielo estrellado de impresionante belleza. La desolación de la estepa
tan sólo se ve interrumpida por la iluminación interior de los gers de
nuestro campamento, que no son otra cosa que las viviendas desmontables de los
nómadas mongoles.
El descenso de la temperatura nos
anuncia la caída de la noche entre el resoplido tranquilo de nuestros caballos.
Antes de retirarme hacia mi ger, el viento me trae el aullido de un
lejano lobo solitario que parece desearme un feliz descanso. Me despido del
lobo y de los caballos… Mañana será otro día.
Ángel Alonso
Terelj - Mongolia
No hay comentarios:
Publicar un comentario