Entre otras muchas cosas, una de las acciones que hay que hacer muy bien en la carrera de Periodismo, es la de acertar con los títulos para un reportaje o artículo periodístico, un programa de radio o de televisión… Esto mismo lo podríamos ampliar a muchos otros ámbitos, como, por ejemplo, cualquier creación literaria, escénica, publicitaria o, ¿por qué no decirlo?, también populista…
Un buen título tiene que ser atractivo, que enganche, que sea fácil de recordar y que, por sí mismo, traslade un mensaje… una idea… Puede ser explícito o, más o menos, implícito… pero lo que nunca puede ser es anodino, ni mucho menos aburrido.
Al servidor de la Administración estadounidense que se le ocurrió lo de marcar el día de la aplicación de los aranceles, como el Día de la Liberación, sin duda ha acertado en cuanto a los requisitos, relacionados hasta el momento, que tiene que cumplir un buen título… pero la elección se torna en cuestionable, cuando se aplican la otra tanda de requisitos, como que se corresponda con el contenido, sea veraz o no se pase por exceso…
La línea que separa un buen título, de un título ridículo, es extremadamente delgada… La prueba definitiva que decanta hacia qué lado de la línea cae, es el examen de la risa… Si el título traslada el mensaje y todo eso que ya hemos comentado, el título es bueno… pero si, por el contrario, el título provoca sorpresa y risa, no cabe duda de que el título es ridículo.
Además de tiempos convulsos, vivimos tiempos de falsedad y escenificación… Si la realidad no se alinea con los intereses y objetivos del poderoso de turno, directamente se crea un relato que se ajuste a lo que se quiera conseguir y se pone a circular hasta que se consiga borrar la realidad, sustituyéndola por otra pseudo realidad alternativa que encaje como un guante con los objetivos y acabe calando incondicionalmente en la sociedad, y, al final, favoreciendo los intereses de quien maneje los hilos.
Esta cuestionable y poco honorable labor corresponde hoy en día a los conocidos como ingenieros sociales, siniestros personajes, fruto del globalismo, que nacieron y comenzaron su actividad a finales del siglo XVIII por el acontecimiento político más importante de la Modernidad… La Revolución Francesa.
Desde aquel hecho relevante, los ingenieros sociales fueron dando forma a sus doctrinas más características, como el socialismo, el marxismo, el racismo y muchos “ismos” más, y fue durante el siglo XX cuando los ingenieros sociales llegaron a la desmesura totalitaria, prometiendo bajar el paraíso a la tierra, cuando en realidad lo que trajeron fue el infierno…
Pero ha sido en lo que llevamos de siglo XXI cuando los ingenieros sociales han vuelto a la carga, armados con lenguajes novedosos, variopintas ideologías, aprovechándose del empleo de la actual tecnología, apoyándose en nuevos discursos y formas de legitimidad, y, lo más audaz e inmoral de todo, decir que lo hacen por el bien de sus ciudadanos o, si se vienen arriba, por el bien de toda la Humanidad… Ahí es nada.
Feliz Día de la Liberación. Ángel Alonso
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