domingo, 10 de mayo de 2020

El sentimiento de pertenencia a la tribu

Ayer, mientras estaba en mis cosas, el presidente del Gobierno volvió a comparecer televisivamente, por enésima vez, ante los españoles. Durante su nuevo monólogo aburrió, mintió, confundió, intrigó… y no dijo nada… En fin, lo normal. Pero esta vez hubo algo que me llamó tristemente la atención con respecto a otras ocasiones. Al comienzo de su intervención, en un intento de empatía impostada, quiso destacar la labor del personal sanitario durante los peores momentos de la pandemia tratando de explicar el por qué este colectivo, en sus propias palabras, “ponía en riesgo su salud para ayudar a los demás”.



Aunque se notaba que estaba leyendo, Sánchez se lio en la explicación mezclando cosas superficiales que, al menos a mí y tras escucharle, me dejó un mensaje parecido a que “el personal sanitario se vuelca con los afectados porque son muy cariñosos y familiares, y ponen en riesgo su salud porque les gusta cuidar a la gente, aunque pertenezcan a otras Comunidades de España…”  Otorgando al presidente la posibilidad de que se equivocara y desvirtuase lo que quería decir, o se saltase de línea al leer, e incluso que en un instante de desatención por mi parte lo entendiese mal, lo cierto es que viéndole en televisión, en su pose de mal actor, me invadió una sensación de abatimiento por todos los fallecidos, por todos los que han dado y están dando lo mejor de sí mismos y por todos los españoles, huérfanos de un presidente del Gobierno que sea digno de serlo.

La verdad es que, a estas alturas, poco debiera sorprender que el señor Sánchez no tenga claro el por qué el personal sanitario se vuelca en ayudar a los enfermos y, en realidad, tampoco debería de extrañar que el círculo que le escribió el discurso mareara la perdiz, sin decir nada… No sé si por aliviar mi desazón o por una afición divulgadora, desde la modestia, voy a intentar arrojar algo de luz sobre la idea que, tal vez, el presidente del Gobierno quiso transmitir. Para hacerlo, usaré el mismo símil bélico tan utilizado y que tanto gusta al señor Sánchez para referirse a la crisis del coronavirus…

Dicen los que saben de esto que, justo antes de entrar en combate, a los soldados les invade una especie de examen de conciencia que los lleva a revisar si todo lo que les concierne “está controlado”, por mucha adversidad que les envuelva.

Tiempo ha habido para el adiestramiento, el entrenamiento físico y psicológico, la puesta a punto de equipos y armamento, el diseño de tácticas y actualización de protocolos de actuación… Todo ello se convierte en bagaje imprescindible del que espera en su puesto a que el enemigo advierta de su proximidad, en cualquier momento.

Ya de nada sirve lamentarse por no haber dedicado más tiempo a mejorar la puntería, por no haberse curado en condiciones esa lesión que dificulta la agilidad del movimiento o por no haberse podido instruir, un poco más, para combatir al enemigo en mejores condiciones… Lo que hay, es lo que hay.

De momento se agradece la valiosa información de la que se dispone y se ha procurado aprovechar al máximo la ventaja de conocer, aunque hubiese sido con un mínimo de antelación, las intenciones y opciones del enemigo en un posible ataque… Como el trabajo de campo ya estaba hecho con anterioridad y las líneas de actuación lo suficientemente explicadas y practicadas, el tiempo de reacción ha sido mínimo para que cada soldado esté ocupando su puesto con el equipo necesario y las mejores garantías posibles.

Por riguroso orden de prioridad, desde los de primera línea, hasta los de retaguardia y el núcleo de reserva, están municionados, poco comidos (no es muy recomendable tener el estómago lleno), hidratados y con la tensión que corresponde a cada escalón de combate. Como soldados, todos son conscientes del riesgo de muerte y, “por si acaso”, creyentes, poco creyentes y nada creyentes, han recibido la absolución colectiva y la bendición del páter militar… Otra cosa más: el alma en orden.

Se va acercando el momento de la verdad y, una vez más, se repasan equipos, consignas e instrucciones. Se refuerzan los lazos de amistad y compañerismo. Se desean lo mejor los unos a los otros. Se lanzan las últimas proclamas, mensajes de ánimo y arengas, seguramente aderezadas con alguna nota de humor… y, a continuación, el silencio más absoluto.

Son soldados y son valientes por definición. Toda su vida se han estado preparando para llegar a ese momento supremo y están donde deben de estar… Es su deber y sabedores del riesgo que corren… Si en ese momento se les pudiese preguntar, nadie desearía estar en otro lugar… Pero justo antes de iniciarse el combate, los pensamientos que hasta ese instante han ocupado sus mentes quedan desplazados por un íntimo temor universal que invade a todos los buenos soldados del mundo: el miedo a fallar

¿Fallar?... Sí. Miedo a fallar a sus compañeros, a sus jefes y subordinados. Miedo a fallar a su país, a su pueblo, a sus amigos, a su familia… En definitiva, miedo a defraudar a los que confían en ellos y, con ese sentimiento de responsabilidad, apoyados en la instrucción y con el subidón de adrenalina, lucharán hasta la victoria o hasta que no quede nadie que pueda seguir combatiendo.

Se trata del consciente sacrificio de unos pocos para salvar al colectivo. Una práctica ancestral que hunde sus raíces en el sentimiento de pertenencia a la tribu… Algo que nació con las primeras sociedades y que estableció los vínculos imprescindibles para el desarrollo de las civilizaciones a través de los tiempos.

Sigamos con el ejercicio y volvamos a los tiempos actuales… Situémonos en nuestra amada España en plena crisis del coronavirus. Abandonemos el símil bélico y sustituyamos a los anteriores soldados por el personal sanitario, por las policías y Guardia Civil, por el personal de las Fuerzas Armadas, por los bomberos, por los transportistas, por los comerciantes y el personal de los supermercados que continúan abasteciéndonos, el personal de servicios esenciales que velan para que no falten el suministro de agua, de electricidad, las comunicaciones, los servicios informáticos, etc.

Tampoco nos olvidemos de incluir en esa ilustre nómina a periodistas, educadores, personal de limpieza, agricultores, ganaderos, pescadores, científicos, gestores, personal de la industria y, en definitiva, trabajadores de toda condición que, con su esfuerzo, contribuyen a que la vida continúe pese al coronavirus… y pese al Gobierno. Porque, y tampoco ahora quisiera extenderme demasiado en este asunto, si hay algo que “rechina” desde el principio y durante toda esta crisis es el Gobierno.

Por ser breve… Mientras que todos y cada uno de los colectivos, antes citados, han acreditado un generoso sentimiento de pertenencia a la tribu, dando lo mejor de sí mismos en cada ocasión, el Gobierno que tenemos da la sensación de estar a lo suyo, a lo de ellos, con una evidente ausencia de empatía y sin indicios del sentimiento de pertenencia a la tribu. En lugar de ello hemos sufrimos su incapacidad, su mala gestión, su tacticismo, sus intrigas, su propaganda, sus mentiras… y, por si no fuera suficiente, a poco que nos descuidemos nos quitarán la libertad.

No imagino mayor honor y responsabilidad que gestionar el día a día y planificar el futuro de un país… Ni existe mejor nación en el mundo que la española y, por ello, merecemos los mejores gobernantes. Lamentablemente y cada día con mayor preocupación, tengo claro que con este presidente y por mucho sentimiento de permanencia que tengamos, es imposible salvar la tribu.

Ángel Alonso


Dedicado a todos aquellos españoles que, a lo largo de la historia, con generosidad hacia los demás y en las ocasiones difíciles, han demostrado su sentimiento de pertenencia a la tribu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario