miércoles, 11 de junio de 2014

El aullido de un lobo solitario

Una humilde página de un inolvidable recorrido por las estepas de Gengis Khan.



Hasta el momento, no había conocido un clima tan radical como el de Mongolia. Al mediodía estamos alcanzando los treinta y ocho grados y, por la noche, el termómetro desciende a menos de quince bajo cero. En pocas horas, una diferencia de temperatura de más de cincuenta grados que hace que el cuerpo mantenga una sensación extraña durante todo el día.

Como nos estamos levantando al amanecer y hace un frío horroroso, he optado por el sistema de la cebolla: inicio el día con varias capas de ropa y luego me las voy quitando hasta quedarme con lo mínimo y terminar bañándome en el río más próximo, para, al inicio de la tarde, poner en marcha el proceso en sentido inverso e irme colocando ropa, hasta acabar nuevamente como el muñeco de Michelín.

Estamos en Terelj, un lugar de interminables estepas, al norte del desierto de Gobi y al sur de los grandes lagos en donde se inicia la tundra. Aquí la altitud media es de casi 2.000 metros, por lo que, aunque a lo lejos, hacia el norte, se intuyen altas y, a la vez, suaves montañas, apenas percibimos su desnivel… Sin duda la suma de todos los factores contribuye a que el clima sea tan riguroso.

A decir verdad, en esta parte del mundo tan sólo hay dos estaciones: la primavera y el invierno. Y además, con bastante desproporción con respecto a su duración. Aquí la primavera empieza a finales de abril y es interrumpida por las primeras nieves a principios de septiembre.

Cualquier intento de algún vegetariano por sobrevivir en este lugar acabaría en fracaso. Aquí es prácticamente imposible cultivar nada comestible. Esta es tierra de pastos y de nómadas. En este lugar del mundo se vive de los rebaños de yaks, caballos, camellos o cabras, y de la caza que se consigue en disputa con los lobos. 

Venir hasta aquí ha sido como iniciar un viaje hacia atrás en el túnel del tiempo… El paisaje y el modo de vida de estas gentes permanecen, prácticamente, inalterables desde los tiempos en los que Gengis Khan unificó a sus hordas y, a lomos de sus pequeños pero fuertes caballos, desde por aquí se lanzaron a la conquista del mundo conocido.

Una magnífica puesta de sol da paso a un cielo estrellado de impresionante belleza. La desolación de la estepa tan sólo se ve interrumpida por la iluminación interior de los gers de nuestro campamento, que no son otra cosa que las viviendas desmontables de los nómadas mongoles.

El descenso de la temperatura nos anuncia la caída de la noche entre el resoplido tranquilo de nuestros caballos. Antes de retirarme hacia mi ger, el viento me trae el aullido de un lejano lobo solitario que parece desearme un feliz descanso. Me despido del lobo y de los caballos… Mañana será otro día.

                                   Ángel Alonso
                                                                                                        Terelj - Mongolia
                                                                                                                                         12 de mayo de 1997                                                                                                           

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